Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

viernes, 29 de noviembre de 2013

Japiverdei tu mi






Nunca me gustó cumplir años. El ritual del “queique”, el anillo barato en la vela que no escucha los deseos, el tétrico coro de amigos y familiares que reza “Japiverdei tuyu”. Nada de eso me pone japi.

Días antes de cumplir los 27 me fui a Cuenca para huir de un trabajo aburrido, de un novio aburrido y de una ciudad aburrida. O sea, para huir de mí misma. Aproveché la invitación a un festival de cine para refugiarme en un paréntesis con todo pagado: hotel aniñado, agua caliente, desayuno servido. Cuando el festival terminara, me quedaría un día más con un amigo a olvidar un poco el estrés de la vida ordinaria y celebrar mi onomástico.

Me disponía a asistir al primer encuentro sobre “conflictos del cine ecuatoriano”, o algo parecido, cuando sonó mi celular. Era mi jefa. “Nena, necesitamos que nos entregues tres guiones para mañana” Respiré y decidí responderle con la clásica frase de Baterville: preferiría no hacerlo. “En ese caso, no podremos seguir trabajando contigo. Espero que te vaya bien, tú eres una pelada súper pilas, súper chévere, y estoy segura que no tendrás problema en conseguir algo”. Cerré el teléfono y encendí un cigarrillo: Yo me había ido para dejar un rato el trabajo, ¡no para que el trabajo me deje a mí!

A las orillas del Tomebamba concluí que debía cambiar mi vida por completo. Empezaría por terminar con aquel chico. “No estoy preparada para tener una relación”, “No nos mintamos más”, o el clásico y cliché pero infalible: “No eres tú, soy yo”. Marqué el número decidida, el teléfono sonó una y otra vez pero nadie contestó. ¿Estaba con otra?, ¿me había leído la mente?, ¿estaba difunto? Después de tres días de absoluto silencio, el cobarde al fin habló, por supuesto, desde la ventana de chat que emitía la sucia pantalla de un cyber gamín “No estoy preparado para tener una relasion” escribió el analfabeto. Su falta de ortografía me dolió más que sus palabras, pero igual. ¡Esa era mi escusa! ¡Y la más barata! Yo me había ido para dejarle a él, ¡no para que él me deje a mí!

El festival terminó el día de mi cumpleaños. El amigo con el que me quedaría me dijo que debía volver urgentemente a Quito y como yo ya no tenía ganas de quedarme más tiempo en la ciudad de los cuatro ríos, cogí mis maletas y me dispuse a volver con él. Debía aceptarlo: mis “vacaciones” no habían funcionado y lo mejor que podía hacer era regresar con todos. Sin embargo, cuando llegué al aeropuerto me dijeron que era imposible cambiar mi pasaje: debía esperar un día más en Cuenca, sola. Había perdido el trabajo, el novio y el vuelo (en sentido literal y figurado).

¿Debía suicidarme? Quizá el destino confabulaba para que fuera yo misma quien me diera muerte como rockstar, a los 27 años. Pero así como iban las cosas, si me disparaba seguro reencarnaría en forma de ácaro. Como no tenía ganas de hurgar madera y comer ropa sucia, caminé por la ciudad buscando un bar donde sentarme y decirle al mesero, con la voz ronca y decidida de un vaquero, “Un whysky doble, por favor”. Celebraría mi cumpleaños y mi derrota en soledad, pero con dignidad, con el sabor que sólo el whysky sabe darle al fracaso.

Cuando llegué al bar me dijeron que sólo tenían mojito. ¡Mojito! Con el respeto que Hemingway se merece, ese es un cocktel gay que no está hecho para tomarse en soledad. “Japiverdei tu mi”, pensé durante el primer sorbo. Y mientras sentía resbalar el trago por mi garganta, cerré los ojos, respiré con fuerza y pedí un deseo. En alguna parte, Dios se reía a carcajadas…

(Diners)


lunes, 21 de octubre de 2013

Resonancia, o descubrir formas a partir del silencio...



Resonancia, un documental para escuchar”, dice el slogan de la película de Mateo Herrera; sin embargo, creo que también es una película para tocar, o mejor dicho, una película que te toca. Durante siete meses Mateo Herrara (director de la película), Simón Brauer (director de fotografía) y Sarahí Echeverría (productora) visitaron el taller del luthier Raúl Lara para registrar el proceso de la construcción de una guitarra Selmer Maccaferri, cuyo modelo original nació en los años 30 hecho explícitamente para Django Reinhardt. A Mateo, que además de cineasta es músico y admirador de Reinhardt, la idea de documentar este proceso le resultó altamente seductora, pues para él- y eso lo veremos en claramente en cada plano de Resonancia- la labor del luthier más que artesanal es alquímica.

En La obra de arte y su reproductibilidad técnica, Walter Benjamin retrata la crisis que atraviesa el arte contemporáneo al ser reproducido técnicamente. Benjamin declara que la obra pierde su aura al ser despojada del “aquí y ahora” que le proporciona la relación directa con el creador para ser sometida al sistema de reproducción mediante el aparataje técnico. En la labor de Raúl Lara, el luthier que construye la guitarra, vemos claramente la relación del sujeto con su trabajo, es decir, la magia que surge con la relación del sujeto y su obra en el momento de la creación. Pero, ¿qué es el aura?, Benjamin lo definió como “aparecimiento único de una lejanía, por más cercana que pueda estar”. Esa impronta, esa nostalgia del tiempo que se fuga y que solo es posible en el contacto entre el artista y su hallazgo. Es aquí cuando el trabajo de un artesano se asemeja más al de un alquimista: el objeto que construye no es ajeno sino que invita a pensar en el escultor que no trabaja a partir de la forma sino a partir del vacío: al tallar el mármol no construye sino que descubre, no aumenta: quita la materia que envuelve a una forma silente y oculta bajo el mármol, así, el luthier no crea un cuerpo que emite sonido, más bien descubre el cuerpo que el alma/sonido necesita para expresarse en la dimensión terrena.

Entonces la labor del artista no sería construir una esencia, sino crear un representante que contenga a la esencia; así, la técnica, el cuerpo, la investidura, estarían íntimamente relacionadas con su espíritu. El espíritu solo puede manifestarse mediante un cuerpo particular que lo contenga. Para que exista sonido debe existir un medio. En Resonancia, Raúl construye una guitarra, es decir, el medio en el que el sonido es posible, esto a su vez es una metáfora del proceso creativo. El aura de la que habla Benjamin solo es posible mediante la relación única directa y mágica de la mano del artista y su obra. El aura surge en ese momento de inspiración en el que el sonido es posible a partir del silencio. Así como Raúl descubre la guitarra, Mateo descubre la película, pues Resonancia es otro puente, otro medio para la expresión de la líbido, lo intangible, la energía creadora pura que se manifiesta mediante la combinación estética de planos y sonidos que nos permiten crear una mirada para descubrir un universo sensorial que nos toca.
En esta película los diferentes lenguajes funcionan, se entrelazan, se complementan. Las herramientas técnicas son expresivas desde todos los puntos de vista. En cada una de ellas hay una propuesta arriesgada, personal, única. Julio Cortázar dijo que si uno no encuentra las palabras precisas para decir algo simplemente no lo dice o lo dice mal .Digamos que en esta película, las herramientas técnicas operan de manera justa, adecuada. La propuesta fotográfica de Simón Brauer es un canal que refleja el espíritu de la película: cada encuadre es una metáfora del todo y a la vez funciona solo. Hay una belleza en la composición y en la luz, hay algo que conmueve, quizá sea el aura. El mapa sonoro y la sonorización hecha por Juan José Luzuriaga, exagera los sonidos naturales convirtiéndolos en música, creando un lenguaje que es a su vez otra metáfora del misterio de la creación y tocando los sentidos desde el inconsciente. El sonido de la sierra cortando la madera adquiere un significado distinto, se vuelve musical. Todos los sonidos cotidianos adquieren una dimensión armónica. La música está en los sonidos naturales. La edición de Amaia Merino también responde a un proceso estético cuya lógica no es narrativa sino sensorial.

Hablemos del silencio. El silencio de Raúl durante todo el proceso que habla de su conexión con los elementos que construyen la guitarra, toca la madera, corta, siente. Su silencio se debe a la escucha: está conectado con el espíritu que despacio le susurra las partituras para la construcción de su cuerpo. Mateo también cree en el silencio, y esto se percibe desde la elección del equipo mínimo con el que rodó. Este ambiente de intimidad se siente en la película así como en el silencio de Raúl, quien parece estar conectado con algo más allá mientras da forma a la guitarra. Resonancia es un documental que habla a partir del silencio, pues solo en ese espacio, en esa inmovilidad, el sonido puede tomar cuerpo poco a poco.

A medida que la trama avanza los espectadores entramos en un proceso hipnótico. La experiencia audiovisual se vuelve sensorial: nos toca. La realidad ya no es la misma: poco a poco Raúl deja el mundo ordinario para sumirse en un universo extrañado: el mundo visto desde un ojo particular. La misma relación alquímica entre las manos de Raúl y la guitarra se da entre el espectador y la película. El espectador se ve inmerso en ese espíritu creador, y así, una vez más se sitúa en el espacio de la invisibilidad. Como Raúl y como el escultor que trabajan a partir del silencio, la película ubica al espectador en un espacio invisible en el que su mirada es transformada, las imágenes y los sonidos cumplen su función hipnótica y nos permiten percibir la magia latente en la realidad, encontrar musicalidad en los sonidos ordinarios y belleza en las imágenes cotidianas: un pedazo de madera deja de ser un pedazo de madera y se convierte en un objeto inútil y hermoso, único, extraterrestre. La película es una ventana para escuchar y ver el mundo desde una perspectiva abismal. La experiencia cinematográfica es tan sutil que no solo determina un lenguaje, sino que sugiere una mirada. Yo diría que se trata de una película extraterrestre. O quizás es el espectador el que se convierte en extraterrestre ya que se transforma y puede percibir el hecho aparentemente simple de la construcción de una guitarra como una experiencia alquímica, divina, inspiradora. Después de trabajar siete meses el misterio del sonido al fin toma forma. La guitarra suena, y Raúl, que había permanecido serio durante todo el filme, sonríe. Entonces Mateo toca una canción de Django, y yo cada vez me convenzo más de que la acción creativa no consiste en poner sino en quitar: retirar materia para encontrar formas latentes en el aire, seres dormidos que preexisten. Descubrir el cuerpo que contiene el aura.


(Cartón Piedra)

lunes, 14 de octubre de 2013

Falsas Promesas

"La juventud es una estafa"
-Roberto Bolaño



Volver a la arena caliente que trazó mapas en el aire.  A la brisa que trajo la nostalgia de amores futuros. Al techo en el que fumamos por pimera vez mientras nos bañamos en lluvia caliente: había sido recobrada la eternidad. Ahora agoniza en un cajón húmedo, al lado de  libros que también mintieron tierras fantásticas, espejos que deliraron  viajes,  mañanas que susurraron príncipes.
Hoy  los Dioses  me miran congelados dese páginas lejanas con olor  a naftalina, esos dioses que inventamos en  borracheras absurdas, los únicos a los que pudimos rezar,  los mismos en los que creyeron los abuelos que algún día también fueron inmoratles. La sangre derramada refleja  las caricias que alucinaba el verano en Manglaralto, los besos muertos salidos de un casette de los Rolling Stones, los compaces que escuchaba mientras te extrañaba  y todavía no te conocía.... 
Los ríos negros en los labios con peces, el mar de Santa Cruz que destellaba espuma prometiendo encuentros ¡Y las estrellas! fantasmas brillantes que ya no son, que fugaces sonrieron ofreciéndome el abismo... Cómo si se pudiera  confiar en una estrella,  en algo que cuando miras ya no existe,  en una ilusión tan descarada.... El desierto de lo real es árido y el minutero me clava una daga en los dientes, me desliso en jardines blancos con rosas muertas en vasos de vidrio, en muñecas con el pelo seco y restos de esmalte en la cara, rompecabezas insoportables,  cortinas asesinas en las que fingía mi muerte a los siete años. Enotnces regreso y descubro que la tormenta de arena no ha acabado. Y ese espacio que alguna vez fue luz ahora es vacío: ha pasado de ser átomo a ser nada... Y yo busco su sombra  intentando inventar la niebla con los dedos pero ya no hay eco: cuando muere la la huella también mueren los ojos. ¿Por qué el sol lo deformó todo con su luz malévola? La pureza de esa niña que resucita en las resacas destruye el mundo. Y el ángel, es tan bello que duele, hiere con sus alas blancas los tejidos del tiempo.   Entonces me voy dos veces, me escapo gritando a los sordos en puertos lejanos mientras me veo partir en barcos fantasmas.

lunes, 26 de agosto de 2013

Error de casting






En mi historial de hazañas amorosas he tenido la oportunidad fantástica de conocer a seres únicos. Damas y caballeros, con ustedes, tres personajes entrañables:





Al primero se lo conoce bajo el eufemismo de "metro sexual". Dicen que todo lo que pidas se te dará, y tengan cuidado porque es verdad. Dios no entiende metáforas.  Todo lo toma  al pie de la letra.  Lo sé por experiencia. Una tarde que esperaba un taxi en medio de un atasco, pensé, vacilando conmigo misma: “¡Dios, si realmente existes, compruébalo enviándome un chico en moto”. Cinco minutos después, lo juro, llegó un chico en moto: deux es machina. El individuo paró en medio del tráfico y me invitó a subir, como en las películas cursis (  me encanta cuando mi vida se parece a una película cursi).


Dios había escuchado mi plegaria: Hombre era, moto tenía, eso sí, de su condición sexual no hablemos...
A medida que nuestra relación “progresaba” el señor demostró ciertas anomalías. Miraba con devoción una revista de modas cuando exclamó: “¡Qué guapo está el novio de la Estéfani Espín!”. Al escucharlo me quedé seca y, acto seguido, me culpé: ¡No seas prejuiciosa! ¿Qué los hombres no tienen libertad?, por favor, hay que ser open mind. Sin embargo, más tarde me confesó que tenía una planta de flores llamada "Michi". Se arreglaba más que yo, jamás se perdía Glee y se le iban los ojos cuando pasaba un muchacho bien puesto. Decidí no tapar el sol con un dedo y aceptar  que el sujeto se inclinaba más al duo "Adán y Esteban".
Que quede claro que no tengo ningún problema con los gays. El problema es el contrario: parece que me gustan demasiado.
¿Será que el pastor Zavala puede ayudarme? Ahora que lo pienso debe tener mucho tiempo libre.
La próxima vez que le pida un hombre a Dios, haré una aclaración: Dios, si de verdad existes, compruébalo enviándome un hombre HETEROSEXUAL en moto (la moto era bacán)




Cuando superé el trauma del invertido, tuve el gusto de conocer al Antropólogo. Este espécimen se caracteriza por su pinta de rockero que se quedó en los noventa: saco de Bill Cosby, jean desgastado, pelo largo recogido en una cola de caballo con un chunchi… Suele ser antropólogo que ha egresado y está “haciendo la tesis” ya 15 años. Pero hay que reconocer que es buen interlocutor. Bueno, por lo menos este no me hablaba de farándula ni malas combinaciones de ropa.  Podíamos pasar horas citando a Sartre y bebiendo vino. Vino que yo pagaba, claro. Porque cuando llegaba la cuenta, dicho individuo iba al baño o contaba monedas de un centavo que sacaba de una chauchera que daba vergüenza propia y ajena. Yo no quiero “igualdad”. Yo sí quiero que me presten el abrigo y que paguen la cuenta. Las feministas les malcriaron a los hombres. Valerse por sí misma debe servir, sobre todo, para conseguir que a una le inviten un grueso y jugoso filete.




Por último asomó el optimista. El joven me invitó un trago y empezó presentándose de manera alentadora: “Ya sé que no soy un hombre atractivo... Tampoco soy una lumbrera...” No sabía venderse. O no tenía la mínima intención de hacerlo. Tenía ganas de decirle “¡miénteme, por favor, al menos al menos miénteme!” Pero qué me iba a mentir. Si algo bueno tenía es que era sincero. Y eso era malo. “Soy un mediocre”, decía mientras me ensañaba las fotos de un negocio de cepillos de dientes que tenía y que, por supuesto, había quebrado. Estaba “depre” ya veinte años. Y pensaba que estaba gordo. Pasados dos tragos, el hombre adquirió la habilidad para envolverme en su oscuro universo. Empezó a hablar por dos: ·"Qué mal estamos, alguien debería martnos..." Dijo....  Luego de cogerme de Suso y descargar todos sus traumas al fin dijo: "¿Sabes? Es raro... Me siento liberado, me siento súper ligero" Claro que se sentía así. La que sentía mal era yo. Me había bajado la presión y quería salir corriendo a pedirle al guardia que me dé disparando....

(Diners)




sábado, 29 de junio de 2013

Vivo, luego escribo… Los límites entre la vida y la obra de Anaïs Nin y Henry Miller



Si tuviera la oportunidad de ser Dios, la rechazaría. La oportunidad más maravillosa que ofrece la vida es la de ser humano. Abarca todo el Universo.
Henry Miller

Como un cuadro de Jackson Pollock

Si algo unió a Anaïs Nin y Henry Miller fue la sed de experiencia. Dos escritores cuyas vidas fueron un lienzo sobre el que investigaban de todas las formas posibles, sin miedo a destruir y sin ínfulas de perfección. Un lienzo que se pintaba no a lo Rembrandt, sino a lo Jackson Pollock: con furia, violencia, libertad, audacia. Instinto y piel salvaje.

“Nuestra era tiene necesidad de violencia”, había escrito Miller, y él era esa violencia. Sus libros destilan electricidad, fuerza, explosión, energía en estado puro. Si bien Miller liberó al lenguaje de adornos y eufemismos, su obra, más que describir los estados decadentes y grotescos del ser, retrata la belleza de la experiencia terrenal; es un festejo a la vida, una suerte de big bang que lo revolvió todo para empezar de cero, desde el caos y la furia.

En los Diarios de Nin, que es lo más representativo de su obra, hay un realismo crudo cargado de libertad. Anaïs Nin experimentó, amó hasta lo inhumano, vivió el deseo de todas las formas, explotó su cuerpo y su mente hasta lo imposible. Sus diarios, al igual que la obra de Miller, son una bitácora de la más profunda experiencia humana.

París 1932

Mientras Anaïs Nin intentaba volver más intenso su matrimonio con Hugo Guiler, Henry Miller huía de la intensidad del suyo con June Mansfield. Mientras ella disfrutaba de la comodidad de su casa en Louveciennes, él escapaba de la miseria en Brooklyn y llegaba a París, sin un centavo. El refinamiento de Anaïs y la brutalidad de Miller se encontraron por casualidad una tarde de 1932 y, a pesar de ser aparentemente opuestos, el hambre los unió para siempre.

Henry Miller no respetaba modales, disfrutaba de la vida con placer auténtico, exprimía los sabores y los sentidos con alegría animal.

“Es un intoxicado por la vida, como yo”, escribió Anaïs en su diario el día que lo conoció. Si bien ella era más refinada en su educación y sus modales, vestía con elegancia y parecía una dama delicada, en su interior había una sed por devorar el mundo que la llevó a explorar los estados más extremos de su humanidad.

La tarde en que Henry Miller fue invitado a Louveciennes por el marido de Anaïs Nin, nació una amistad fuerte que dio como resultado un material literario importantísimo. La obra de ambos escritores se retroalimentaría a partir de ese encuentro: los Diarios de Nin no llegarían a reflexiones tan profundas sin la presencia de Miller, y Miller tampoco hubiera escrito los mismos libros sin las experiencias que vivió junto a Anaïs, y claro, sin la ayuda que ella le dio para escribir. Anaïs fue una especie de mecenas para él, ayudándole en la publicación de Trópico de Cáncer, también fue un soporte emocional y psicológico. Hizo todo lo que pudo para que él pueda escribir; quizás era su manera de agradecerle, pues Henry era su inspiración.

Si algo los unió y los convirtió en amantes fue la literatura. Los dos amaban lo mismo. Se deseaban porque deseaban escribir. Ambos eran escritores en primera persona, cuya vida se veía afectada por su obra, y viceversa. Para ellos, ser escritor era la experiencia de convertirse en uno. Miller dijo alguna vez que el día en que consiga un estilo puro, el día en el que considere que ha llegado a la perfección, ya no escribiría más; pues para él, escribir significaba buscar, y la belleza de su estilo radica en la imperfección.

Por su parte, Anaïs sentía que si no escribía lo que sucedía, de cierta manera, no había pasado. Escribir era dar verosimilitud a sus experiencias. Por eso no se conformó con la realidad y la transformó hasta el infinito, agotando cada una de las posibilidades de su ser.

El reflejo en los ojos del otro

Anaïs se negaba a vivir relaciones ordinarias. Cada persona que pasaba por su vida era truncada por su mirada y se convertía automáticamente en un personaje. Ella era una especie de actriz que recorría lugares y se involucraba con personas con un fin egoísta: la ficción. Miller hacía lo mismo, y en cierta medida, fue su mirada la que convirtió a Anaïs en un personaje. Por eso su relación fue adictiva. No se amaban entre sí: amaban su reflejo en los ojos del otro. Se inventaban. Construían con su pluma fantasías y después creían en ellas a tal punto de desconocer al “original”.

June Mansfield es la representación más clara de esta idealización. Miller era devoto de su esposa, de ella escribe: “Recuerdo que la primera vez que la vi, me dijo que en ningún momento había esperado volver a verme, y la próxima vez que la vi dijo que pensaba que yo era un morfinómano, y la siguiente me llamó dios, y después intentó suicidarse y después lo intenté yo y después volvió a intentarlo ella, y nada dio resultado, salvo el de unirnos más, tanto de hecho, que nos compenetramos, intercambiamos personalidades, nombre, identidad, religión, padre, madre, hermano. Hasta su cuerpo experimentó un cambio radical.”

June era la inspiración de Henry Miller, y la convirtió en Mara, Mona, personaje principal de sus libros.

Miller le hablaba constantemente de June a Anaïs, y ella imaginaba con devoción a esta mujer, que era el deseo más fuerte de su amante… Anaïs se enamoró de Mona, no de June, de la imagen idealizada por Miller, así, cuando la vio por primera vez en la vida real, escribió: “Mientras venía hacia mí, avanzando desde la oscuridad de mi jardín hacia la luz de la entrada, vi por primera vez a la mujer más hermosa de la Tierra…”. Sin embargo, Anaïs no amaba a la June per se. Intervenían dos factores: el personaje construido por Henry, y el deseo de Henry: amarla significaba compartir el deseo de su amante. Anaïs escribe a June: “Si te amo será porque hemos compartido en algún momento las mismas fantasías, la misma locura, el mismo escenario…”. June se convirtió en el objeto del deseo compartido. Ella era el símbolo de lo que atravesaba la vida y la obra de los dos: el reflejo, el camaleón, la mujer cambiante, cuya personalidad real estaba oculta. O quizás su personalidad real era la máscara. Y precisamente la máscara era la que atraía infinitamente a Miller y Nin… ¿No quería ser Anaïs varias mujeres y por eso experimentaba tantas relaciones humanas, para verse distinta en cada una? ¿No quería Miller encontrar varias facetas de su personalidad?

June era la metáfora de su búsqueda estética de personalidades múltiples. De ella Miller dice: “Cambiaba como un camaleón. Nadie podía decir qué aspecto tenía realmente porque con cada cual era una persona enteramente diferente. Al cabo de un tiempo ni siquiera ella sabía qué aspecto tenía.” Y Anaïs escribe: “Vive del reflejo de sí misma en los ojos de los demás. No se atreve a ser ella misma. June Mansfield no existe.” June era la representación de lo que los dos escritores amaban: el deseo mismo, el juego de reflejos, el límite entre la realidad y la ficción.

Entre la Historia y la Histeria…
Entre la Ética y la Estética…

Chéjov dijo que la función del escritor no es resolver problemas, sino crearlos. Henry y Anaïs hacían esto no solo en los libros, sino en la vida.

Para Anaïs el psicoanálisis era un espacio en el que una vez más, se veía en los ojos del otro, creando un personaje más de sí misma, para su colección. En uno de sus diarios describe lo que Allendy, su terapeuta, le dice: “Sospecho que a veces se ha forzado usted a vivir determinadas experiencias por razones que nada tienen de naturales.” Él la llamaba “petite fille littéraire”, pues, en lugar de vivir su propia vida, trataba de vivir novelas y biografías…

Su vida se convierte en un experimento en el que el otro es un espejo en el que se reproducen las distintas mujeres. La Anaïs que nace de la mirada de Miller, de la de Allendy, de la de June. Cada una es distinta. Y ella encuentra placer en cada personalidad.

Más que un método de sanación, el psicoanálisis era para Nin parte de su búsqueda como escritora: “En el psicoanálisis hay un elemento muy desconcertante, que constituye un reto para un escritor… Los escritores no viven una vida solamente, sino dos. Primero está la vida, y después, el escribir”.

Un escritor no se pregunta: “¿Esto es bueno o es malo?”, se pregunta: “¿Es bello o no lo es?”. Los principios funcionan bajo esta lógica. La experiencia, más que a un instinto animal o psicológico, responde a una necesidad estética. La vida de un escritor no puede ser común y corriente, y si las circunstancias no la hacen especial, es él quien busca experiencias para transformarla en una historia inolvidable, única. La lucha consiste en convertir el mundo ordinario en un lugar bello. Para que el paso por la Tierra valga la pena. La escritura es la oportunidad de observar la experiencia desde afuera; el placer de observarse a sí misma como otra. Y esto implica desafiar la forma de vida convencional, para convertirse en una experimentadora que extraiga de la vida un material literario.

Por eso la forma de amar de Nin no era la convencional, lo erotizaba todo: conquistó a Miller, a June, a Allendy, su primer psicólogo; a Rank, su segundo psicólogo; y por último, a Joaquín Nin, su propio padre. Vivió el deseo de todas las formas posibles. La vida de Anaïs pasó por varias etapas polémicas, causando el escándalo en muchos por sus experiencias sexuales que superaban los límites de la moral. Sin embargo, estas relaciones iban más allá de la moral o del instinto animal. Ella buscaba estas vivencias porque en cada una de ellas se reconocía y descubría otro aspecto de su ser; su vida era una suerte de experimento en el que encontraba o despertaba estados latentes de su personalidad.

Ella escribe en su diario: “Creo realmente que si no fuera escritora, si no fuera creadora, experimentadora, hubiera sido una esposa fiel. Valoro mucho la fidelidad. Pero mi temperamento pertenece a la escritora, no a la mujer.”

“Quiero bailar. Quiero drogas. Quiero conocer gente perversa, llegar a la intimidad de ellos. Nunca miro los rostros ingenuos. Quiero morder la vida y que me desgarre”. Allendy le explica a Anaïs que el romántico es derrotado por la vida, la neurosis romántica es querer lo imposible, morir por no poder alcanzarlo.

Miller también lo hacía. Una especie de pacto con la vida, o una forma de vida donde los límites entre la realidad y la ficción son cada vez más ambiguos.

Sin embargo, un escritor no es un infiltrado en la vida, no es un corresponsal de guerra que viene a dar cuenta de la experiencia humana. El escritor es un ser mortal. No es un Dios al que los conflictos pasionales no le tocan.

Anaïs escribió en una carta a Miller: “Me hubiera gustado darte lo imposible, lo gigantesco, lo inhumano. Estás probando mi valor al máximo, como un torturador. ¿Cómo conseguiré salir de esta pesadilla? Solo dispongo de un suministro de fuerza (humanamente, no tengo fuerza), solo tengo la escritura, y eso es lo que estoy haciendo ahora con una desesperación que nunca podrías concebir.”

Y más tarde: “Cuando uno es por dentro lo verdaderamente rico, la vida corriente se convierte en una especie de tortura”.

Quizá quien más sufrió las consecuencias de este experimento artístico-vital fue June. Ella, además de ser una musa, era un mortal, y esa construcción incesante de su yo le hacía sufrir. Según el Diario de Nin, al hablar de Miller, June había dicho: “Amé a Henry y confié en él hasta que me traicionó. No solo me traicionó con otras mujeres, sino que deformó mi personalidad. Creó una mujer cruel que no soy yo. Creó un personaje literario, ficticio, que pudiera torturarlo y a quién él, por su parte, pudiera odiar. Es él quien provoca dramas y crea monstruos. No quiere cosas sencillas. Es un intelectual. Busca la simplicidad y luego se pone a deformarla, a inventar monstruos, sufrimientos, etc. Todo es falso, falso, requetefalso. Siento una gran necesidad de fidelidad, de amor, de comprensión.” June nunca se sintió bien representada. Ni por Henry ni por Anaïs. Y su sufrimiento es el sufrimiento de los dos escritores, quienes, al borrar la línea que separa a la vida de la ficción, se veían afectados por las trampas que ellos mismos se tendían. Sin embargo, June también mentía para embellecer su vida. Inventaba su pasado. Truncaba su personalidad. Embellecer, en el caso de estos escritores investigadores experimentadores, no es necesariamente hacerla bonita, alegre. Para ellos la belleza no tiene que ver con la ligereza y la sutileza, sino con el Drama.

La belleza es el instinto de transformar la vida ordinaria en algo único. Ese instinto de enrarecer la realidad para poder distinguirla del común, y así, poder recordarla. Por eso las mentiras de June, las extravagancias de Nin y las vivencias de un París decadente de Miller, más allá de la experiencia humana singular, dan cuenta de una infinita belleza.

El Gran Vidente

El Retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, cuenta la historia de un joven muy bello que al ser retratado por un pintor, deja de envejecer; sin embargo, es el cuadro el que absorbe las consecuencias del tiempo. Mientras su cuerpo, al parecer, no se afecta, es el lienzo el que va mutando, recibiendo las secuelas de la experiencia vital. Aunque al principio parecería que el alma de Dorian Gray está salvada, después nos damos cuenta de que en esa no afectación hay algo demoníaco. Las arrugas son la prueba de la vida. Y la condena de Dorian es precisamente no sentir, estar vacío, no ver en su cuerpo un resultado de lo que ha vivido; como si su vida no pesara nada. Su alma está en una obra de arte que absorbe la experiencia humana. El lienzo es el alma, el cuerpo es solo un envase.

Escojo esta metáfora porque describe el conflicto del artista. Dar cuenta de la vida humana tiene un precio: la vida misma. Sin embargo, la palabra sacrificio no cuadra del todo en el caso de Miller y Nin. Para ellos la experiencia no estaba relacionada al dolor, sino al placer. “Sacrificarse por el arte”, en su caso era la posibilidad de ser distintos personajes, de convertir a la ciudad decadente en una ciudad única, y a las personas ordinarias en personajes fantásticos. Y esto era un placer.

Aunque la experiencia pase factura, es en el Arte donde está la verdadera vida: allí están las arrugas, el amor, el odio, el dolor, la sangre, la verdad. Y la vida supuestamente “real” es solo un puente, una especie de primer borrador sobre el cual experimentamos todo en aras del resultado final, que es la ficción. La vida es mentira, la historia es real. Es inevitable pensar en los versos de Rimbaud, de quien Miller era devoto: “El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; busca por sí mismo, agota en sí todos los venenos, para no quedarse sino con sus quintaesencias. Inefable tortura en la que necesita de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana, por la que se convierte entre todos en el enfermo grave, el gran criminal, el gran maldito, — ¡y el supremo Sabio! — ¡Porque alcanza lo desconocido! ” Anaïs y Henry fueron “El Gran criminal” “El Gran maldito” y “El supremo sabio”… Una suerte de Santos cuyas experiencias Terrenales fueron las más Divinas. Sin embargo, su vida ya no se la puede ver sino mediante su obra, donde su lenguaje construyó un Universo, que a pesar de ser fantástico, es más real que la vida misma. Nos quedan sus libros, lo demás, como diría la propia Anaïs, es solo vida humana.

(Cartón Piedra)

lunes, 3 de junio de 2013

Castillos de cartón: cuando la cama es muy grande para dos...





¿Se puede amar a dos personas a la vez?, ¿El amor es para dos?, ¿Puede sostenerse una relación de tres?… Estas son algunas de las preguntas que se hace Salvador García Ruiz, en su película Castillos de Cartón (España, 2009). El filme es una adaptación de la novela de Almudena Grandes que describe el Madrid de los años ochenta y de la “la movida madrileña” , fenómeno de la contracultura pos franquista que se caracterizó por -entre otras cosas- la búsqueda de nuevas experiencias y la exploración sexual… El cine ya ha tratado varias veces el tema del trío (The Dreamers de Bertolucci, Vicky Cristina Barcelona de Woody Allen, Jules et Jim, de Truffaut, para mencionar algunas…), quizás uno de los más polémicos, pues además de cuestionar la naturaleza del deseo y el amor, esconde algo que asusta profundamente al inconsciente colectivo: la destrucción del orden social.

Castillos de cartón presenta un argumento aparentemente sencillo: tres jóvenes deciden desafiar las convenciones ensayando una nueva forma de relacionarse y amar. Marcos y Jaime, dos buenos amigos, conocen a María José en la facultad de artes. Aunque ambos se sienten atraídos por ella, ninguno intenta seducirla, pues no quieren dañar su amistad. A María José los dos le gustan, pero tampoco hace nada al respecto, por la misma razón. Así, los tres intentan reprimir el deseo y empiezan a salir como amigos. Por supuesto, esto no dura para siempre. Un día que Jaime no está, Marcos y María José tienen un acercamiento erótico, sin llegar a tener sexo. Aunque ambos se desean, Marcos no consigue tener una erección, y María José no logra entregarse por completo, pues -más adelante nos daremos cuenta- es frígida. En ese momento, llega Jaime y los encuentra desnudos, frustrados ante la imposibilidad de consumar su deseo. Él, como todo buen amigo, decide ayudar: se desnuda y tiene sexo con la chica, delante de su buen amigo Marcos. Aunque a simple vista parecería una acción egoísta, es todo lo contrario. El acto sexual es por pura solidaridad. Ya que Marcos no pudo satisfacer a María José, Jaime lo hace por él. Es como si Marcos continuara su acción a través de otro cuerpo. Marcos lo entiende -y acepta- y se queda mirando. María José acepta tener sexo con Jaime en presencia de Marcos porque quiere que él la vea sentir placer. Así, los dos consuman las ganas que se tienen a través de otro. Los tres se complementan: María José quiere a los dos, Marcos tiene el deseo y Jaime el cuerpo.
Esta escena es clave en la película ya que muestra el nacimiento de un trío que no se da sólo por instinto sexual, sino por complemento. Quizás sea por esto que deciden pasar de la experiencia puramente carnal al experimento cultural y social que implica formalizar un trío como relación.  La filosofía occidental proclama el amor de pareja como valor supremo. Tal vez tenga que ver con el concepto de “integridad” en el que sólo estamos completos al tener pareja. La concepción del amor como dos cuerpos distintos que al unirse forman solo uno, recuerda a la filosofía de Platón que dice que nacemos incompletos. La mitad que nos falta está fuera de nosotros y anda en algún lugar, esperando nuestro encuentro. Sólo al hallar nuestra “pareja” habremos alcanzado la integridad. Uno es ninguno. Dos es el número que nos da sentido social. Quizá esta dinámica de pareja se base en la relación edípica Madre-hijo que no permite un tercero. De esta relación hermética nace el amor que conocemos; un amor que no permite más que dos porque se basa en la idea de la posesión. Y esta dupla es la que sostiene el sistema capitalista. Ya todos conocemos el cuento: Hollywood nos vende películas románticas proclamando el matrimonio como valor primordial. La televisión y la publicidad hacen lo mismo. En el capitalismo el matrimonio es un acuerdo social, y la razón es simple: es más fácil comprar de a dos.
La homosexualidad -en principio- parece que corto-circuita el acuerdo social del matrimonio, al mismo tiempo que mira al matrimonio como conquista. Pide “inclusión” al sistema que por siglos le ha relegado. En cierta medida esto es comprensible, pues bien o mal, los homosexuales también son dos, y esto implica repetir inevitablemente el mecanismo de poder con el que funciona el sistema binario. Es por eso que el trío es socialmente más shockeante. El 3 destruye el sistema. El uno que se suma al dúo dinámico rompe el “equilibrio”. Un trío propone una relación en la que el otro no nos termina de pertenecer completamente, y en la que el deseo nunca muere sino que se transforma, y viaja de un lugar a otro, reinventándose… Por otro lado el trío consensuado obliga a replantearse el deseo mismo.
Según Jacques Lacan el psicoanálisis se basa en un principio que dice: “No hay relación sexual entre dos”. En una cama siempre hay cuatro: los dos amantes, y sus respectivos fantasmas. Al final, lo que sostiene a una pareja es la fantasía que provoca el vacío… En el caso de Castillos de cartón, Jaime formaliza un trío con un impotente y una frígida. Aunque a primera vista esto suena absurdo, es por esta razón por la que precisamente funciona la relación. Esta idea remite inevitablemente a otra clásica frase de Lacan: “Amar es dar lo que no se tiene a quien no es…” El amor utópico entre una frígida y un impotente es la metáfora de la imposibilidad de acercamiento de toda pareja. En toda relación hay dos que se unen porque en cierta medida, están vacíos; así, quieren que el otro llene ese espacio, pero resulta que ese otro tampoco tiene nada. Entonces lo único que les une es precisamente la falta. Y lo que aman es la falta.
Las relaciones se alimentan de fantasías. Pensar en otro cuando se tiene sexo con la pareja no es tan extraño. Ese otro imaginario -ese fantasma- es motor del deseo en la pareja. Sólo mediante un tercero pueden consumar su amor. Quizás en la realización de un trío este tercero fantasmático se vuelve palpable; lo que en una relación común está en el plano imaginario, en un trío se vuelve real, pues dos se aman a través de otro cuerpo … y el deseo toma otra forma. El tercero, en este caso Marcos, es la encarnación del fantasma, él es la herramienta para que Jaime y María José puedan amarse entre sí. María José, que no puede recibir, y Marcos, que no puede dar, se unen por medio de Jaime, un tercero que encarna su deseo.
Como era previsible, el trío que plantea Castillos de Cartón no dura para siempre. Después de vivir esta experiencia de relación filtrada, llega un punto en el que Marcos y María José consiguen consumar la relación sexual de a dos que intentaron empezar al principio de la película. Gracias a Jaime, María José supera su frigidez y Marcos su impotencia. Jaime los escucha follando y no lo puede soportar. Piensa que está celoso, pero no alcanza a entender que lo que le aflige es algo mucho más fuerte. Su tristeza se debe a que, en algún lugar del inconsciente, ha entendido que el trío ha terminado pues ya no lo necesitan. Sin embargo, sin la presencia de Jaime, ellos tampoco pueden funcionar. Cuando finalmente consuman su deseo…  se quedan vacíos. Después del orgasmo se acaba la búsqueda, con la eyaculación muere el deseo para siempre. Paradójicamente, cuando desaparece Jaime, que era el que inicialmente los mantenía distanciados, ellos ya no pueden unirse…. y es que sólo en esa distancia podían estar cerca. Se tienen el uno al otro pero ya no se desean, porque Jaime era la causa de su deseo y lo que los mantenía en constante búsqueda.  Las cosas podrían cambiar si Jaime y Marcos se amarían a través de María José, o María José y Jaime a través de Marcos; es decir, aprovechando el formato del trío sin repetir los mismos patrones que rigen la relación de pareja. Rotar los roles, permitir que el deseo se transforme… Pero en esta película, eso no sucede. Cada quien toma su rumbo, y el trío como estrategia de abolición del orden social, sigue siendo utopía, otra vez ….

(8 y Medio KM)

sábado, 20 de abril de 2013

Radiografía de la Luz

 



Fuimos peces y después fuimos dinosaurios.
Fuimos monos, hombres, Planetas.
Sangre, sexo, cielo.
Libros que no leímos, calles que no cruzamos, gente que no miramos.

Manos blancas y negras y átomos y orgasmos.                 
Lluvia. Fuego. Aire.     

No somos Dioses, sangramos.     
Somos hombres con piel de estrella.
Hoy el sol nos quema la piel.
 La luz graba nuestra vida en la Tierra.



jueves, 11 de abril de 2013

Mapa de una ciudad triste



Quito me expulsa de su geografía. Cada vez son menos los lugares que puedo visitar. Todo parece estar agotado. Los lugares se van reduciendo y llega un punto en el que  sufres una suerte de exilio en tu propia ciudad.   Ya sé, cada quien traza su mapa . El burócrata todos los días  sale a la misma calle, coge el mismo bus, baja en la misma estación, ve las mismas caras. Su recorrido traza un mapa definido.Todos creamos nuestros mapas personales y nuestra realidad se ve reducida a la ruta que elegimos. Si pudiéramos ver la ciudad desde arriba veríamos claramente las rutas que dibujamos con nuestros pasos. Y seguramente veríamos que son rutinarias y aburridas. Estas rutas se cruzan, pero no de manera atrevida. Se cruzan sin riesgo. Los encuentros casuales no son sorprendentes. En esta ciudad, estamos condenados a encontrarnos con cualquiera a la vuelta de la esquina. Los encuentros casuales son pan de todos los días. Personalmente, odio encontrarme con conocidos. No me gusta tener que saludar y fingir que me interesan sus vidas, y  peor aún, escucharlos fingiendo interesarse por la mía. Prefiero no escuchar frases como "¿Cómo estás?" "Asomarás"  "Qué bueno verte!", en fin,  esas frases que por lo general connotan lo contrario de lo que dicen. Porque en el fondo a nadie le importa el otro. Por eso deberíamos tener una licencia que  permita no saludar a nadie en la calle. Debería ser un acuerdo tácito. Si encontramos a alguien, nos hacemos los locos y aquí no ha pasado nada. Claro que si después te da ganas de ver a esa persona que hace un momento ignoraste, puedes llamarle , y si ella acepta,  claro, pueden citarse en el mismo lugar en  que horas antes fingieron indiferencia, y ahora si,  saludarse con beso. Esto debería aplicarse no sólo para los conocidos, sino también para amigos e incluso para novios novias amantes etc. Puedes haber dormido con alguien, pero si luego te lo encuentras en el Súpermaxi y no quieres saludarlo, tienes derecho a hacerlo! Tú no buscaste ese encuentro!. No se trata de evitar el azar. Es muy diferente encontrarte con alguien interesante un momento interesante y romper con tu mapa aburrido,  pero otra cosa es ver a todo el mundo en todas partes y no sentirte tranquila en este pueblo. Una sale a respirar y le toca andar   repartiendo besos que no son besos en mejillas infestadas de perfumes que marean. No es justo.

Pero siempre hay una forma de convertirse en extranjera en tu propia ciudad. La táctica consiste en cambiar la ruta. Desdibujar el mapa que marcas todos los días. No me refiero a "abrir tus horizontes"  "ampliar tu círculo" y esas mierdas.  Nada de esas cosas. Al contrario, propongo sumergirse en el lado oscuro de la ciudad, el lado feo.  Encontrar la belleza en los lugares más sórdidos.  Traspasar la ciudad ordinaria para  descubrir una ciudad oculta, que respira en silencio como una medusa fosforescente debajo del mar.

En mi caso, he encontrado un refugio en los sitios más deprimentes.
Los centros comerciales abandonados tienen su encanto. Los pasajes ocultos. Los baños con olor a pinoclín. Las oficinas caducas con archivos viejos. Las zapaterías que ya nadie visita. Los locales de comida rápida que huelen a grasa. Los chifas. Los Chifas!. Los bazares viejos, los locales de cintas y lanas, los almacenes de chatarra- adoro la chatarra-. Los almacenes chinos. Perderse entre  luces, juguetes, fosforeras de colores,  burbujas,  escarcha.  Objetos que  son hermosos porque son inútiles.

En esa ciudad deprimente encuentro un refugio extraño. Me angustia muchísimo ver tantos zapatos de remate que nadie comprará, pero a la vez encuentro un placer secreto, tal vez porque  de alguna manera hay algo que me encanta: ahí nadie podrá encontrarme. Soy extranjera. Descubro una ciudad inhóspita, caduca, noventera, bizarra...  Regreso a los siete años, donde todo era como un pizarrón verde con tizas de colores y almacenes chinos. Es como estar en otra dimensión. Las luces de neón invaden la baldosa de los centros comerciales abandonados. Las peluquerías reflejan a la muerte en los espejos.  Y la música de ascensor aporta una excelente banda sonora a estas locaciones vitales. Es como para pegarse un tiro de lo deprimente que es. Pero me siento a gusto escondida en esos pasillos sórdidos. Admirando la ropa pasada de moda y los maniquíes sin brazos. Disfruto de las sensaciones que me provocan estas cosas tan tristes. Tal vez porque no me siento en este tiempo ni en este cuerpo. Soy otra.  Prefiero  torturarme un rato con la nostalgia, que saludar a gente que no quiero saludar en una ciudad de plástico que ignora el misterio.

lunes, 7 de enero de 2013

La flor azul de Murakami ¿Qué clase de realidad imita una metáfora?





"Una historia, en algún sentido, no es algo de este mundo. Una verdadera historia
requiere un bautismo mágico que conecte este mundo con el otro…”
-Haruki Murakami (Sputnik mi amor)



Si encuentra un libro de Haruki Murakami, piense dos veces antes de abrirlo. En la contratapa de todas sus publicaciones debería venir adherido un texto que diga: “No se extrañe si después de leer este libro los gatos empiezan a hablarle, o encuentra a la mujer de sus sueños metida en su cama... Si se topa con un pozo, luche contra el sentimiento de atracción y no descienda en él, si lo hace, aténgase a las consecuencias... Si el teléfono suena, no lo conteste: levantar el auricular sería desactivar una bomba. Cuando abra la ventana por la noche no se sorprenda si encuentra dos lunas flotando en el cielo...".

Yo no busqué a Murakami, como sucede con las mejores cosas, me llegó. Apenas abrí la primera página para de Kaka en la orilla, ya no pude detenerme, y cuando me faltaba poco para terminarlo, ya había comprado el siguiente, para evitar el síndrome de abstinencia. No hay nada que hacer: Murakami es adictivo.

Pero, ¿qué hay en sus páginas que hace que te encierres a leer, evitando todo contacto con el mundo exterior, para adentrarte en el universo de sus historias?

Haruki Murakami nació en Kioto, en 1949, pero vivió gran parte de su vida en Kobe. Desde la juventud estuvo influenciado por la cultura occidental, en particular, por la música y literatura. Trabajó en una tienda de discos (tal como uno de sus personajes principales, Toru Watanabe de Norwegian Wood). Esta influencia occidental ha llevado a muchos a tacharlo de escritor light, sin embargo, dentro de mundo pop hay seres mitológicos que dan cuenta de una tradición japonesa muy antigua. Quizás sea esta mezcla cultural la que hace única a su literatura. Sus historias hablan de un mundo occidental que funciona bajo una lógica oriental. Su universo literario oscila permanentemente entre lo real y lo místico: mientras hay un mundo cotidiano en el que personajes pop deambulan por el gran Tokio, toman copas en las barras de los hoteles, jalan dedo en las autopistas mientras escuchan rock n’ roll, algo germina en alguna parte, quizá muy adentro de la tierra, dentro de un pozo, donde las paredes se abren, las personas desaparecen sin dar explicación y los pozos absorben a los hombres.    

 En Heinrich von Ofterdingen, Novalis cuenta la historia de un joven que cada noche sueña con una hermosa flor azul. Cuando despierta, la realidad lo aburre, pues no hace otra cosa que recordar su sueño. La flor azul es el símbolo romántico de la belleza y lo imposible. Sin embargo, una mañana, cuando Heinrich von Ofterdingen despierta, encuentra la flor al lado de su almohada. La flor azul se convierte en el símbolo de la unión entre el sueño y la vigilia”.

Murakami no es surrealista ni pertenece a ningún típo de "realismo mágico", su escritura es mística, en sus palabras hay magia. La literatura de Murakami está llena de flores azules, él no hace una distinción entre dos mundos, sino que los une creando un espacio-tiempo en el que lo onírico y lo real coexiste en una sola realidad. Quizá la gran temática en su obra sea el tema de los dobles. El alma de sus personajes, en algún punto, se desprende del cuerpo y vuela hacia otro lugar, hacia otro tiempo...



Kafka en la orilla (2002) cuenta dos historias paralelas que se vinculan de manera extraña. En la primera, Kafka Tamura, el protagonista, escapa de su casa el día que cumple 15 años; hace un viaje para encontrar a su madre y su hermana, quienes lo abandonaron cuando era niño. Alguna vez, su padre le advierte que un día él cumplirá inevitablemente la profecía de Edipo: matará a su padre y se acostará con su madre. La segunda historia es la de Nakata, un anciano que a los 9 años fue presa de un evento paranormal y perdió ciertas capacidades intelectuales, pero que a cambio recibió el don de hablar con los gatos. 

 Las historias se entrelazan cuando una noche, por razones de fuerza mayor, Nakata asesina en Tokio al padre de Tamura. Esa misma noche, en otro lugar, el adolescente que para ese entonces ya se encuentra lejos de Tokio, despierta en la autopista con las manos llenas de sangre, como si acabara de cometer un crimen. Más tarde, Tamura se encuentra con la señora Saeki, una mujer de 45 años que podría ser su madre. Una noche, esta mujer extraña (o su espectro) aparece en la cama del adolescente.
Sin matar a su padre, lo mata. Sin acostarse con su madre, se acuesta.  La profecía se cumple.

En Sputnik mi amor (1999), Sumire, la protagonista de 22 años, se enamora de Myu, una mujer mayor que ella. Más tarde descubrimos que Myu tuvo una experiencia que transformó su vida: a los 25 años subió a una noria y se quedó varada arriba, sin que nadie pudiera rescatarla; pasó toda la noche allí.  Desde arriba  pudo ver su apartamento con la luz encendida, poco después vio a una mujer que caminaba de un lado a otro, no tardó en descubrir que se trataba de sí misma. Desde la rueda moscovita, Myu vio como un hombre de aproximadamente 50 años tenía relaciones sexuales con su otro yo, en su apartamento. A partir de esa noche, su cabello se tiñó de blanco y su personalidad cambió radicalmente, como si su verdadero yo se hubiera ido a otro mundo, y su sombra se hubiera quedado en este.

En Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1994), el protagonista, Toru Okada, recibe llamadas telefónicas de una mujer desconocida. Días después, Kumiko, su esposa, desaparece sin dar explicación. Varias mujeres pasan por la vida de Okada, quien, tras seguir distintas pistas, va a buscar a Kumiko en una habitación de hotel a la que se llega por medio de un  profundo pozo. A medida que la historia se desarrolla, sospechamos que la mujer de las llamadas telefónicas es una suerte de alterego de la propia Kumiko.

El misterio es como el deseo: se acaba cuando se resuelve. Sabemos que para que exista la magia, nunca se debe abrir la caja... Sin embargo, creo que esta no era precisamente la sensación que tuve al terminar estos libros; tal vez mi vena occidental me llevaba a buscar una explicación lógica. Después de seguir las historias con interés para descubrir qué había atrás de ese velo, me daba la sensación de que la incógnita seguía intacta, sin ni siquiera una pista. Como si en los primeros capítulos sembrara una serie de misterios que en las páginas finales jamás se cosechaban. En Kafka en la orilla seguía esperando que Nakata y Kafka Tamura se encontrasen, si no es físicamente, de alguna otra manera, pero eso jamás sucede. En Crónica del pájaro que da cuerda al mundo  tampoco se dice explícitamente nada. Murakami esboza premisas, y deja que la imaginación del lector terminen el trazo. Pero en1Q84 (2009-2010) da la sensación de que al fin, el puzzle se completa. En esta novela de tres tomos,  Fukaeri, una chica de 17 años, escribe ‘La crisálida de aire’, un texto que  esconde un profundo misterio. Sin embargo, no reúne las cualidades literarias como para ser publicado. Tengo Kawana es contratado para hacer una reescritura de esta obra y presentarla a un concurso. Al reescribir el texto sucede algo inesperado: la historia contada por Fukaeri, más la fuerza de las palabras de Tengo, hacen que la realidad se transforme para siempre. Sin darse cuenta, Aomame habita el mundo que ha nacido como aparente resultado del relato escrito por Fukaeri y Tengo.
‘La crisálida de aire’ cuenta la historia de la propiºa Fukaeri, quien a los diez años, vivió en una comunidad llamada Vanguardia. En una ocasión la castigaron encerrándola durante días en un cuarto oscuro, acompañada únicamente por una cabra muerta. Una noche, Fukaeri vio cómo la Little People (seres pequeños de la fauna murakamiana que habitan en el corazón del bosque) salía de la boca de una cabra. Aunque Murakami nunca lo dice literalmente, sugiere que estos pequeños seres controlan el destino de los seres humanos. La Little People teje, junto a Fukaeri, una crisálida hecha de filamentos de aire. Cuando la crisálida crece parece un enorme huevo luminoso,  y algo nace de ella. Fukaeri descubre que quien duerme dentro de los tejidos de aire, es ella misma. 

Si bien en novelas anteriores Murakami ya había tocado el tema de los dobles, quizás esta sea la primera vez que con mayor fuerza y precisión habla sobre su origen. Estos personajes que comparten su existencia con su gemelo sombrío, habitando mundos a los que se puede llegar por medio de un pozo, adentrándose en el bosque o descendiendo por las escaleras de emergencia de la autopista Metropolitana, pertenecen a la sombra de los personajes "reales". Como si el inconsciente pudiera materializarse creando seres de materia oscura, que a pesar de vivir en una dimensión diferente, están unidos a los reales de forma real.

Aunque para estos misterios es mejor no encontrar explicación, después de leer la historia de las crisálidas de aire, es inevitable hacerse estas preguntas: El otro yo de Myu, ¿nació de otra crisálida de aire construida por la Little People?, la mujer que habla con Okada, ¿nació de otra crisálida también?
Hay otro dato interesante, y todos los que hayan leído 1Q84 y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo sabrán a lo que me refiero.Ushikawa, el misterioso mensajero de las sombras, hace su papel en ambas novelas. Aunque Murakami escribió primero Crónica de pájaro que da cuerda al mundo, en la lógica de la ficción, este personaje aparecería primero en 1Q84. Este es un guiño de ojo que el escritor japonés nos hace para darnos una pista importante: los personajes de las dos novelas comparten el mismo mundo, son presa de la misma transformación... no es coincidencial que el clímax de 1Q84 se dé en septiembre de ese año, y es en ese mismo mes y en ese mismo año, donde arranca la otra novela.  



Después de leer todos estos libros, y de preguntarme mil veces qué es una crisálida de aire, qué es la Little People y por qué los gatos hablan, me di cuenta de que  lo que mueve esa magia no es algo paranormal, sino el deseo. En la literatura de Murakami la metáfora funciona al revés: "¿qué clase de realidad imita una metáfora?", se pregunta Tengo Kawana, en 1Q84, al descubrir en el cielo las dos lunas que él mismo había descrito en un libro. No es lo supernatural lo que transforma a los personajes, es el deseo que vive en ellos lo que transforma la realidad, provocando desastres naturales, hecatombes, mundos nuevos.

"En este mundo no existe nada que no salga de los adentros de uno", dice uno de sus personajes. Y tal vez esta sea una gran pista para leerlo; si queremos encontrar una explicación occidental y coherente, nos vamos a dar con la piedra en los dientes, pero si nos damos cuenta de que la magia es algo que sale de adentro para alterar la realidad, vamos a tener más pistas. De todas formas esto no quiere decir que las dos lunas no puedan existir de verdad.

Al principio de la trilogía 1Q84, hay una cita que dice:

“It's a Barnum and Bailey world
Just as phony as it can be
But it wouldn't be make-believe
If you believed in me”.

Un mundo falso, absurdo, que de repente adquiere sentido porque un ser humano cree en otro. Es por esto que el misterio más grande en 1Q84 no es la Little People, ni la extraña agrupación Vanguardia, ni siquiera las crisálidas de aire que reproducen a los seres humanos. Todos estos misterios se desatan porque a los 10 años, Tengo y Aomame se dieron la mano muy fuertemente, y mientras lo hacían, Aomame miró la luna. Eso bastó para que naciera otro mundo, para que la Little People saliera del bosque a crear crisálidas de aire.... y, por qué no, para que Kumiko huyera a un lugar lejano y Kafka Tamura fuera en busca de su destino. Sí, Murakami es un romántico en todo el sentido de la palabra, que, como Heinrich von Ofterdingen, es capaz de traer las flores azules de los sueños a la tierra.
 

(Cartón Piedra)