Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

viernes, 26 de septiembre de 2014

EL PECADO DE SENTIR

O DE QUÉ HABLO CUANDO HABLO DE PLANCHAR...


Las tardes con Claudia
Claudia tenía el cabello negro azabache, lacio y tan largo que le llegaba hasta la cintura. Era alta y flaca. Cuando acababa de planchar, entraba a un baño que ya nadie utilizaba, y al cabo de quince minutos, salía transformada: jeans apretados, blusa celeste (de lentejuelas), párpados con varias capas de color formando un arcoíris, labios rojo carmín.
Aunque Claudia me gustaba también con el delantal y el moño, cuando salía del baño se veía espectacular. La admiraba muchísimo. Se parecía un montón a Bibi Gaitán. Era la mujer más guapa del mundo. Yo tenía siete años y soñaba con algún día sacarme las alpargatas que mi madre me obligaba a usar y ponerme tacos aguja, la camisa escotada de lentejuelas celestes, pero sobre todo, tener su pelo negro y sus ojos negros.
Obviamente, nunca lo logré. Por esa época yo tenía un casete de Cristian Castro. Lo escuchábamos juntas mientras le ayudaba a planchar. Los mejores capítulos de mi infancia transcurrieron en esas tardes sórdidas donde presentía un mundo fascinante detrás de la bisutería, los esmaltes de colores, las lentejuelas, las baladas románticas en la radio, y claro, las telenovelas en las que resonaban nombres como Eduardo Capetillo, Lucía Méndez, Eric Estrada. Qué bien sonaban esos nombres.
Ellos eran las verdaderas estrellas.
Algo sobre el melodrama…
Recordemos la obra ‘Melancolía’ de Durero: expresa la imposibilidad de ir hacia atrás. De reconstruir. De recuperar el instante. La impotencia del ser humano ante el tiempo que se fuga. Con esa imagen en mente, pensemos en el origen de la telenovela, el melodrama. Como género narrativo, da cuenta del drama y las pasiones puramente humanas. Melodrama viene de la palabra ‘melancolía’, que procede de los términos griegos melas, negro, y kholé, humor.
El melodrama puede asociarse al expresionismo pues sus escenarios representan los estados internos de los personajes: cuando están tristes, llueve; cuando hay mucha pasión, provocan incendios, etc. Esta representación de la naturaleza es, a la vez, una metáfora de uno de los conflictos principales que el género del melodrama escenifica: la lucha entre el ser humano y la naturaleza. Esta, representada en incendios, diluvios, terremotos, actúa en contra del intento de civilización del individuo. La naturaleza es la representación del destino. La fatalidad. Aquello que no podemos controlar.
En principio las telenovelas fueron hechas para amas de casa. Más que mirar la novela, la escuchaban. La escuchaban porque no tenían tiempo de verla: debían planchar. Por eso las telenovelas están diseñadas para ser escuchadas y toda su fuerza narrativa radica en el diálogo. He aquí la razón de sus líneas explícitas. En esa misma línea, el melodrama toma recursos de los géneros del cine de clase B, es decir, los sustos del cine de terror, los efectos de zoom y planos detalle de bocas gritando acompañados de sonidos de suspenso, la excitación sexual exagerada que proviene de las películas pornográficas.
Así, el melodrama se nutre de estos subgéneros, creando un lenguaje explícito, popular. He aquí el porqué de que las telenovelas tengan las escenas más gore que se han visto. Es este género —que supuestamente está hecho para ‘amas de casa insulsas e inofensivas’— el que ofrece más violencia. Todo lo que prohíben en las noticias, en la mesa, en la oficina, en la telenovela está permitido. Lo que el cine censura, la telenovela lo permite: empujar discapacitados, discriminar a gente de otra raza, golpear a una ciega, incendiar a toda la familia, besarse entre hermanos, desear al hombre de la prójima. Todo eso está permitido en el mundo de la telenovela.
Digamos que este género es una apología a lo políticamente incorrecto. Sin embargo, la mirada está siempre del lado del oprimido: la lisiada, el negro, el ciego. Sus personajes son siempre ‘marginales’, como diría la famosa Soraya Montenegro del Olmo. Esto se debe a que el melodrama hace un vínculo paradójico entre heroísmo e invalidesLos personajes suelen estar marcados por algún defecto físico, psicológico o sexual. Los distinguen sus minusvalías: ceguera, cojera, tartamudez, quemadura, etc. La heroína melodramática es, por principio, ‘diferente’, ‘marginal’. Esta mácula la distingue del resto de mortales. Ella es la encarnación de la diferencia.
En el caso de ‘la buena’, la mácula suele ser también de índole social. El conflicto del melodrama es el duro paso de la marginalidad a la sociedad. Durante la trama, los personajes marginados harán lo posible por ‘normalizarse’.  Entrar en el statu quoCasarse con el dueño de casa es solo una forma de subir de rango social y, al fin, ser aceptada.
Pero la mácula no siempre busca provocar compasión, de hecho, muchas villanas la llevan. Recordemos el parche en el ojo de la perversa madrastra de Cuna de Lobos.


El pecado de sentir…
El melodrama supone una ruptura en el mecanismo de representación de la ficción clásica. En un momento dado, los personajes dejan de accionar y se abre un paréntesis en el que ya no representan, sino que sienten, directamente, sin acción dramática de por medio. Sentir puramente: llorar con la mano en el corazón. Declamar. Sollozar. Esta es una de las razones por las que el melodrama (más aún las telenovelas, que son el peor escalafón de este género) es considerado un género ‘barato’. Sus recursos audiovisuales son facilistas, efectistas, y buscan conmover al espectador. A como pinte. El placer de sufrir era el nombre de una telenovela latinoamericana antigua.
“El género melodramático está atravesado por el placer de dejarse conmover hasta las lágrimas”, dice Pablo Pérez Rubio. Cuando el espectador del melodrama se identifica con los personajes que sufren, sabe que no está solo: hay más gente que padece los mismos problemas. Somos iguales. La lágrima no existe únicamente como vía de dolor, sino de placer, es decir: “No habría lágrimas si no existiera la creencia de que puede haber Otro capaz de responder a ellas”. Más que reflexionar, reír o entretener, el objetivo de este género es provocar lágrimas. Lágrimas que causan placer.
Pero en estos tiempos modernos es de mal gusto sentir. El corazón ya pasó de moda.
Sentir es latino. El cine europeo, mientras más minimalista y frío, más intelectual y profundo.  Es súper cholo sentir. Un hombre sensato (hombre además, porque sentir es cosa de ‘nenas’) no siente, no llora, no pierde el tiempo en sentimientos. Pero el melodrama si adquiere su sentido ahí: en el sentimiento. Su estética está relacionada con lo Kitsch. Estética de lo popular. Lo cursi. Lo barato. Ver una buena telenovela (que es la más mala) es casi como escuchar una cortavenas. Una acción masoquista. Una autoinducción deliberada a los sentimientos más pasionales. 
Escenas memorables de la pantalla chica: 


1. El extraño retorno de Diana Salazar cuenta dos historias paralelas: una ocurre en 1627; la otra, en 1988. Una mujer, acusada de bruja y quemada por la Santa Inquisición, reencarna en una joven que busca encontrar la razón de sus constantes pesadillas en las que muere quemada. La escena final de la telenovela es una perfecta muestra de gore, en la televisión, incluso para el cine.
Diana Salazar (Lucía Méndez) se enfrenta con un personaje femenino al que llamaremos ‘Pobre Mujer’ (de hecho, es la villana llamada Lucrecia). Las dos luchan por un mismo hombre, a quien "Pobre Mujer" dispara sin piedad, haciendo que su su cuerpo parezca un cernidero por el cual atraviesan sin piedad las balas. Méndez, harta de ser la mosquita muerta, usa sus poderes y cobra venganza. Revivirá a su hombre comprobando que su amor trapasa los límites de la vida y la muerte. Y para ello,  hará lo que sea necesario... Sus ojos se tornan rojos. De ellos sale una fuerza sobrenatural que empuja a Pobre Mujer, haciéndola levitar. No aparta la mirada. Hipnotizada. Endiablada. Ida. De su boca brota un espeso chorro de sangre. Pobre Mujer se eleva. Flota por los aires. Se dirige inevitablemente hacia una pared en la que despunta un cuchillo. Su cuerpo se incrusta en el arma. Un plano cerrado muestra cómo el chuchillo traspasa el cuerpo de Pobre Mujer, quien queda colgada en la pared. Atravesada.
Aprende, Darío Argento.
2. Desayuno de tarántulas en María la del Barrio.
Alicia, la ‘maldita lisiada’, yace en su silla de ruedas. Entra Soraya Montenegro del Olmo y le ofrece el desayuno. Alicia se niega. Sabe que su captora no le dará de comer frutas ni yogur. Soraya pone unabandeja en la mesa, con una sonrisa enorme: “¡Desayúnate!”, le dice a la niña.
Tras dudar y sollozar, Alicia destapa lentamente la bandeja. En lugar de huevos a la copa, hay en el plato dos grandes y peludas tarántulas. Alicia no retrocede ni tapa a las arañas. ¡Noo, nooo!, dice Alicia mientras solloza. Soraya ríe a carcajadas, mientras piensa que comer tarántulas podría sentarle muy bien a esa ‘escuincla babosa’.


La Hacendada, desde su caballo, humilla a la pobre María... Mírelo usted mismo: 


Frases que atrapé mientras escribía con la tele prendida

    1.     ¡Pero si estoy gorda, Plutarco!
2. ¡Por ti sería capaz hasta de hacerme matar!
3. ¿Saben por qué no va progresar esta empresa? ¡Porque me enamoré de una prostituta!
4. Intenté detenerla, pero la potrilla es arisca…
5. ¡Ustedes no me quieren! Para todos siempre está primero María Fernanda la ciega, María Guadalupe la muerta, ¿y yo? Yo que estoy viva no les importo para nada. ¡Nadie me hace caso!
6. Lo único que te pido es que no le digas a mi papá que me encontraste el condón!
7. Él nunca me va a perdonar que yo me haya enamorado del hijo de una india!
            8. “Lo quiero a él. Quiero dominarlo. Hacerlo mío. Aunque luego me aburra, y me      estorbe, y llegue a odiarlo.”
          9. “Mi hermano cometió el error de casarse con esa salvaje”
        10. "Lo amaré hasta el final. Aunque en el camino se interpongan la casquivana de su mujer y la cretina de su madre."



(Cartón Piedra) 

lunes, 15 de septiembre de 2014

Hermann Hesse: luz con estómago





Desde niño Hermann Hesse supo que era un poeta. Pero no uno de aquellos que busca componer versos armónicos: uno de verdad, uno que se atreve a buscarse a sí mismo. Su primer paso fue, como el de todos los grandes, destruir. Rebelarse contra “el padre”, la institución, la academia, el pasado. Le costaba creer que una sola persona pueda ser dueña de la verdad. Su espíritu le llevó, desde pequeño, a buscar más allá. Criticó la cobarde prepotencia de los maestros. Se rebeló contra un sistema de educación caduco que imponía y no cuestionaba. Al igual que sus personajes, no se conformó con los libros ni las personas: trazó su propio camino y hacerlo le constó sangre.

Su juventud estuvo marcada por temporadas en psiquiátricos, intentos de suicidio, cambios permanentes escolares.  El viaje que hacen los personajes de sus libros siempre tiene origen gracias a la crisis. Solo en el caos el pájaro puede temblar y romper el cascarón. Y, tras hacerlo, el personaje –ya sea Demian, Siddartha, Hesse, Harry Haller– busca a Dios, un objetivo imposible de alcanzar sin conocer la oscuridad. Demian se refugia en las tabernas. Se siente perdido. Pasa por el exceso hasta caer en una irremediable resaca que le conduce a una abstinencia que parece ser parte esencial del camino. Esto se refleja más en Siddartha, quien huye al bosque con los ascetas y se entrega a la meditación y al ayuno. Superar las pasiones de “los hombres niños”. Concebir al deseo como origen del dolor e intentar superarlo. Sin embargo, la abstinencia radical no es la solución al sufrimiento. Siddartha entiende que el hambre, la sed, el aislamiento, en exceso, también son formas de evadirse a sí mismo. De huir. Demian presiente que en su ser existen formas oscuras que también son parte de su sangre. Negar la condición humana parece imposible en el camino de la espiritualidad que propone Hermann Hesse.

Aunque Abraxas existe como deidad, es la metáfora de la unión de todas las caras de los seres humanos. Lo divino y lo demoníaco como un solo concepto. Y es aquí cuando Hesse recuerda a Rimbaud. Su actividad literaria no solo está en las letras: es un viaje que incluye al cuerpo y que destruye el tiempo. Un viaje en el que es preciso vivir-se. Explorar el camino interior y exprimir cada una de sus posibilidades. Nuestra sociedad no acepta la contradicción. Peor aún la multiplicidad. Para Hesse la verdad no puede ser estática y permanente: es una variación y se multiplica en el agua. Como el río de Heráclito: somos todas las mujeres y todos los hombres,  bien y mal conviven en cada uno de nosotros. Nuestra piel será estrella y esa estrella será Mujer. Devengo. No soy: voy siendo.




Hesse reivindica al ser humano. Lo invita a despertar del letargo: “Ningún hombre ha llegado a ser él mismo por completo. Unos no llegan nunca a ser hombres. Se quedan en lagartijas, ranas u hormigas”. Para intentar ser por completo uno mismo es preciso despertar, romper el cascarón, tener consciencia. Pero Hesse también –y quizá esto es lo más generoso de su exploración– desmitifica la idea del buscador como un mártir, del ser espiritual como ser superior y sacarificado que trasciende los deseos banales de los otros hombres. Al final del viaje, Siddartha tiene una revelación: “Ahora le parecía que esos humanos pueriles eran sus hermanos; sus vanidades, deseos y absurdos perdían ante él lo ridículo, se volvían comprensibles, simpáticos e incluso venerables". Hermann Hesse acaba con la idea de espiritualidad como sacrificio, como camino tortuoso  en el que para ser santo es preciso negar el cuerpo. Concibe al ser humano no como un Dios que supera sus pasiones y se abstiene. Tampoco como un animal sin consciencia que solo vive al día. Sino como un ser de luz que también tiene estómago.

(Ache)

jueves, 11 de septiembre de 2014

“Orange” O La voz sin cuerpo.



(Sobre la novela de Sandra Araya)



Por lo que un hombre acaba de mendigo, de borracho o de monstruo, es por la luz. Y la luz no es nuestra
-Leopoldo María Panero

En la casa de Los Donoso alguien ha muerto. Quizá Juan Pablo o quizá su hermana Catalina. O su padre, o Beatriz, su madre.  Los donoso viven a la sombra de una muerte ajena. Que tuvo su origen en un incendio que quizá ellos, los otros, provocaron. La trama de Orange, primera novela de Sandra Araya, se teje en un espacio imaginario en el que la luz enceguece hasta borrar los límites entre vigilia y sueño, recuerdo y fantasía.

A pesar de que la novela propone  una trama llena de suspenso, su mayor fuerza no está en el argumento, sino en su universo sensorial. A través de la atmósfera, Sandra se aproxima a un mundo imposible de nombrar: las luces que se ven con los ojos cerrados. La humedad impregnada en la piel una mañana de verano. El faro naranja como única salvación en una noche de insomnio, a los siete años. La hierba amarilla encendida. La luz en la piel de Los Donoso, en su piel blanquísima.

Todas estas imágenes-voces - sensaciones, crecen pero no explotan. La novela es ante todo una energía contenida. Juan Pablo abre la boca y el grito no le sale. Su voz se ha quedado congelada en algún rincón del Tiempo. Orange es un grito sordo. O una voz sin cuerpo. ¿Cómo escribir algo que no se puede nombrar?.  La firma de Sandra se inscribe en el silencio. Cada línea es una flecha que da cuenta de aquello que jamás nombra.

Orange es también el terrible mundo de la infancia donde vemos a una Catalina niña provocándose una asfixia prolongada en las cortinas, envolviéndose en ellas hasta quedar atrapada en el ojo del huracán, escondida detrás de las cortinas para que sólo él, Juan Pablo, la encuentre. Catalina vive el destierro en la propia familia. Quiere hacer del espacio debajo de la cama su destierro, pero no quiere estar sola. La sensación de no pertenecer empieza en su infancia.  Donde se presiente una condena. Una desgracia que no se encuentra en la oscuridad sino en la luz: la peor pesadilla no es una noche que persigue, sino un día luminoso del que no se es merecedor. En Orange el horror está en la luz. La pesadilla empieza cuando el sol destella y el viento revuelca el cabello. Seca los ojos. Entonces, los recuerdos se mezclan con los sueños donde una caricia en la pierna, bajo el vestido, es la condena y a la vez la salvación.


Orange llegó a Sandra como una pesadilla tajante. La historia vino a mi. Solita. Es como que no fuera yo, dice ella. La novela fue escrita en una suerte de posesión.  Más que recordar, reconstruir o inventar, el proceso creativo de Sandra fue recibir. La historia de la familia Donoso llegó a ella como una pesadilla. El inconsciente sobrevino, atacándola con imágenes, palabras y rostros  ajenos. Pero, ¿de dónde vino la pesadilla?, ¿de dónde viene aquello que nos posee?, y, sobre todo: ¿Qué es aquello? .
La tercera persona, en el caso de Orange, ocupa un lugar simbólico.  La novela está dividida en tres capítulos. El primero se llama Él. El segundo Ella  y el tercero -y en cuyo título está contenida su esencia - se llama Los otros, ellos…”. Dicho de una persona o de una cosa: Distinta de aquella de que se habla. . El infierno son los otros, dijo Sartre. ¿Quién es el otro, ése que no soy yo?.  Esa voz aislada y que sin embargo, siempre está. La ausencia/presencia. El vaho. La sombra. Las partículas diminutas que están en la luz. En la piel. En todas partes y a la vez en ninguna. La presencia silenciosa. La caricia invisible en la nuca de la víctima. El ojo del gran pájaro que lo devora todo y en cuya pupila se pulveriza el Universo. El fantasma. Tercera persona. Tercera mirada. Tercera voz. ¿Quién es ese otro?, ¿Ese tercero?, ¿Quién esa conciencia que habla al oído, y  que cuando susurra no molesta?. El viento que mueve el trigo. La brisa que calienta el pastizal. El fuego que enciende la hierba. Y la luz la luz cuando duerme, la luz cuando despierta, la luz, siempre la horrible luz del sol le pega en los ojos, la deja ciega, no sabe si duerme, si está despierta, no sabe si recuerda o sueña. La luz que origina la desgracia. La luz encandiladora que es presagio de lo innombrable. La luz que no es nuestra. El prisma devuelve los colores que no le pertenecen. Sandra devuelve las palabras que la contienen y a la vez se despoja de ellas. Y en  ese aparente cuerpo inerte cuerpo-puente que parece solo recibir órdenes de los personajes, está la esencia. En esa desposesión es donde encuentra su origen. Es allí donde se traza el alma de la historia. Ese cuerpo vacío, es la matriz. El instante en el que no me reconozco es el único en el que me habito. Yo soy otro. Esa tercera voz que me desposee, es mi propia voz.


Por un segundo, solamente, a Beatriz Donoso se le ocurrió que su hija Catalina era en realidad un ser humano que estaba indefectiblemente unido a ella, por la carne, por algo más que la carne. La herencia- elemento tan presente en la novela- es la metáfora de la encarnación de un tercero en el propio cuerpo. La herencia es la materialización de aquello que no somos, pero somos. Los vestigios del otro, aquello que no se puede controlar, la pesadilla, eso que sobreviene, la tercera persona, ellos, los otros. Los otros son la herencia. La familia. El linaje. Aquello que viene por añadidura. Aquello que no se puede controlar. ¿Qué es la maldición de los Donoso sino la metáfora de esta tercera persona, la voz omnisciente, el otro, el yo que está fuera de mi?. Somos el otro. Y eso aterra.  Somos lo que arrastramos. Lo que llevamos escrito en la piel. Lo que nos devela. La piel de Catalina que se reconoce en Philip y es repugnancia y es deseo. La oscuridad de Beatriz que la lleva también Juan Pablo y Tomás y Catalina.  La cruz. La marca. Aquello que nos avergüenza y que acarreamos inevitablemente. Eso que nos repugna y que sin embargo grita nuestro nombre. Desmintiéndonos. Devolviéndonos un reflejo terrible. Inevitable.

Esta tercera persona, esta voz separada del cuerpo, esta mirada que toca, se convierte en el lugar del lector. Así como la pesadilla se apoderó de Sandra y casi le dictó  lo que ha de escribir,  la novela posee a quien la lee. Sandra sitúa al lector en el lugar del narrador, de este tercero, de esta voz sin cuerpo. Y éste, desde su punto panóptico termina sintiéndose inmerso. Porque las sensaciones de Orange parecen insertarse en la sangre hasta convertirse en recuerdos propios.

lunes, 1 de septiembre de 2014

El último explorador: Apuntes sobre Rolf Blomberg




En 1934 un barco arribó al puerto de Guayaquil en pleno carnaval. De él descendió un joven alto, de extremidades largas. Sus ojos eran grandes y despiertos. Tenía 22 años. Había venido desde Suecia con una misión: recolectar en las Islas Galápagos especies exóticas para el Museo de Ciencias Naturales de Estocolmo. Aunque desde niño se había sentido atraído por conocer lugares inhóspitos, él no sabía que ese viaje marcaría su destino.
Rolf Blomberg explotó sus posibilidades humanas al máximo: cronista, explorador, etnógrafo, naturalista, fotógrafo, marinero, corresponsal de guerra,  cineasta, dibujante, padre, descubridor de especies zoológicas y botánicas, buscador de tesoros, periodista… Su vida supera al más excitante personaje de ficción. Entre los infinitos lugares que visitó, hubo uno que le cautivó más. Un país que si se lo ve en el mapa, es pequeño, pero que si se lo recorre con los pies, es enorme. Blomberg decía que el Ecuador no es un papel tendido, sino uno arrugado. Tiene hendiduras. Montañas. Mares. Secretos. Para él -que viajó por casi todo el mundo-  Ecuador era una especie de microcosmos que escondía en su geografía todas las maravillas del planeta.

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Llegar a Galápagos no fue fácil, “era como el fin del mundo”[1], dice Blomberg en un fragmento de su película sobre las Islas que hoy es parte del documental El secreto de la luz, de Rafael Barriga. Blomberg recorrió las Galápagos  en el barco “Dinamita”.  “Era como haber retrocedido en el tiempo. Un paraíso en el que los animales no tienen miedo del hombre”-dice. Allí hizo su primera película en la que explica que en ese tiempo las tortugas eran mercancías, al mismo nivel del los yates y las joyas.
Rolf Blomberg fue el primero en publicar una noticia sobre Eloísa Wagner, La Baronesa de la Isla Floreana, y su compañero Phillipson. Sus crónicas sobre este drama pasional financiaron sus futuros viajes. En Galápagos, Blomberg decidió que no regresaría a su país sino que seguiría explorando el mundo. “Viajar debería ser uno de los derechos humanos”[2], diría después.
Siguió la ruta de Francisco de Orellana. Por todo el Amazonas hasta Belém de Pará, luego el Atlántico.

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Durante la Segunda Guerra Mundial viajó a Indonesia y allí se quedó seis años. Fue corresponsal de guerra, trabajó en la Cruz Roja e hizo obra social para ayudar a los damnificados. Produjo un libro de caricaturas en el que creó un personaje encantador: el profesor Luisidor Puppulund.  Pero el Ecuador lo seguía llamando a su lado. Al final de la guerra, conoció a la ecuatoriana Emma Robinson, quien había permanecido en un campo de concentración donde había sido sometida a varios tipos de maltrato. Incluso se cuenta que en una ocasión la obligaron a construir su propia ataúd.
Al terminar la guerra en 1945, el destino devolvió a Rolf y Emma al Ecuador. Tiempo después se casaron y  tuvieron dos hijos: Anders y Marcela, fundadora del Archivo Blomberg, creado en el 2000.
  
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“… Y ahora le doy un par de consejos, y uno de ellos es éste: nunca pase la noche en la margen derecha del Napo. Allí es donde viven los indios Aucas, que matan por igual a indios pacíficos y a blancos como si fuera algo lógico”[3]-le había dicho un paisano ecuatoriano a Rolf Blomberg, y esto es lo primero que él transcribe en su libro Los Aucas desnudos (1948), que, junto a Oro enterrado y anacondas, es el único que se ha traducido al español hasta ahora. A pesar de este amenazador testimonio, Blomberg fue al encuentro de los indios “Aucas”, nombre kichwa de los Waorani. Lo acompañaron el colombiano Robinson y el misionero norteamericano David Cooper. El encuentro no fue pacífico: los Waorani los recibieron con una andanada de lanzas y ellos respondieron con disparos. Pero esto no lo detuvo. Blomberg volvió a la Amazonía un millón de veces más. No solo al encuentro de los Waos, sino también de los Cofanes, los Yumbos y otras poblaciones amazónicas. “Si algún tipo humano ha estado más cerca de su afecto, ese ha sido el indio”[4], dice Lenin Oña, pues Rolf Blomberg no solo se aproximó a la Selva, también hizo un importante acercamiento a las poblaciones andinas. 



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En 1946, en un barco transatlántico, Blomberg se encontró con Victor Hasselblad. Él le propuso experimentar su nuevo invento y le regaló la cámara fotográfica que hasta ahora lleva su nombre. Con ella, Blomberg registró la mayoría de su archivo fotográfico. Incitado por su suegra Clara, madre de Emma, a quien siempre le llamó la atención la búsqueda de tesoros, hizo seis peligrosas expediciones para hallar el supuesto botín de los incas escondido por Rumiñahui. Aunque nunca lo halló, Blomberg escribe: “Sin ambiciones de hacerme rico, poseía ya una mina de oro en recuerdos fantásticos alcanzados en las emociones y aventuras que me proporcionaron los Llanganatis.”[5]
En 1948 emprendió una misión hacia la tierra de los tsáchilas junto a las hermanas Emma y Lilian Robinson, Olga Fisch, y Osvaldo Guayasamín, quien viajaba para conocer poblaciones indígenas y pintar un mural en la Casa de la Cultura. 
Cuando en 1950 descubrió la especie de sapo más grande del mundo, llamada Bufo blombergi,  dijo con humor:  “hay muchas maneras de conseguir la inmortalidad”[6].
En 1952 el presidente Galo Plaza Lasso le otorgó la Condecoración Nacional al Mérito, como reconocimiento por su labor. En ese mismo año, murió su esposa Emma.
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Araceli Gilbert, su tercera esposa, fue una de las primeras pintoras no-figurativas de nuestro país. En un tiempo en el que la tendencia artística era el indigenismo, ella indagaba en el op-art. Participó en la anti-bienal organizada por Pablo Picasso. En Europa sus cuadros se expusieron al lado de los de Sonia Delaunay y otros artistas de la talla. Araceli Gilbert y Rolf Blomberg defendían los derechos de los indígenas, eran anti-taurinos y sobre todo, buscaban siempre cosas nuevas.
A Quito, Blomberg dedicó su película Quito, ciudad de contrastes. En sus fotografías de la capital se puede ver el hotel Quito recién hecho,  indígenas caminando entre iglesias, las primeras fotografías Polaroid, las corridas de toros. Su registro da cuenta del sincretismo que nacía y que caracteriza a la capital. Rescata la magia de una ciudad transitoria. Según su hija Marcela “Blomberg hace un retrato del quiteño común, la gente yendo al mercado, en el juego, en la religiosidad. Muestra al ser humano”[7].
Aunque en Quito algunos le llamaban ‘gringo’ con cariño, también era ecuatoriano. “La edad, la raza y la mentalidad en ocasiones cuentan muy poco. A las personas genuinas se las encuentra en todos lados, en todas las tierras y en todas las razas”[8] -escribe .


¿Qué hace un sueco registrando la historia y las costumbres ecuatorianas?, se preguntan algunos. Sin embargo, su condición de extranjero era una ventaja: no lo veía todo con frialdad ni cálculo, tampoco con el excesivo entusiasmo desprovisto de interés del turista,  sino con la fascinación de quien mira algo por primera vez, con su extraordinaria capacidad de asombro. Tenía la posibilidad de estar y no estar a la vez, igual que la fotografía, que registra un instante que ya no existe. Descubría Ecuador con un ojo extraterrestre. Único. Mágico. Quizá la única forma de verse a uno mismo es a través del otro. Estamos ciegos. Palpamos nuestro cuerpo en las tinieblas. Nos descubrimos a medias. Presentimos quiénes somos, pero no lo sabemos. No podemos armar el rompecabezas porque los ojos no miran para adentro. Solo a través del otro puedo saber quién soy. Entonces la distancia no es un impedimento sino un regalo. Es la distancia la que paradójicamente nos permite vernos mejor. Rolf Blomberg fue nuestro espejo. Además, pudo ver la magia que da la vida. Y eso se ve en la ternura de sus dibujos, en el rigor de su películas, en su amor por el ser humano. Fue un verdadero explorador: quizá el último. Hizo de su vida su profesión: mirar los animales y las plantas. Recorrer la tierra. Navegar los mares. No se conformó con un solo oficio. Desmitificó al periodista que reporta desde el escritorio, al antropólogo que reserva su información a la Academia. Todo lo conoció con los pies, mirando de cerca a los seres humanos, a los animales y a las plantas. Y todo lo que conoció, todo lo que aprendió, se lo dio a la gente. Alfredo Pareja Diezcansesco se refirió a Rolf como ‘el hombre más bueno del mundo’[9]. Como resultado de su experiencia vital, dejó un increíble legado: 35 mil fotografías realizadas alrededor del mundo durante 40 años,  20 libros traducidos en siete idiomas (de los cuáles por lo menos 15 son sobre Ecuador), 32 películas documentales, numerosos artículos periodísticos y caricaturas publicados en distintos medios internacionales, especies botánicas y animales que ahora se conservan en los zoológicos, museos y colecciones más importantes. Para Rolf Blomberg, dar y recibir eran la misma cosa: lo que el mundo le daba a él, era su regalo para el mundo.

BIBLIOGRAFÍA:
[1]  Barriga, Rafael. Documental El Secreto de la Luz.
[2]Blomberg Ecuador p. 1

[3]Blomberg, Rolf (1996). Los Aucas Desnudos. Ecuador: Abya Yala. p. 7

[4]--------------------  (1996: p. V, Presentación de Lenin Oña).
[5]--------------------- (1996: p. V)
[6]--------------------- (1996: p. IV)
[7]Blomberg, Marcela. Entrevista realizada en el lanzamiento del libro Blomberg Quiteño. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=BoDldfwPNTE

[8]Blomberg, Rolf (1996). Los Aucas Desnudos. P. 17
[9] --------------------- (1996: p. I, Presentación de Lenin Oña).


(Cartón Piedra)