Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

miércoles, 29 de octubre de 2014

Y cuando tienes las respuestas, te cambian las preguntas... (Apuntes PERSONALES sobre cine ecuatoriano)


LO QUE NUNCA ENTENDÍ DEL CINE ECUATORIANO

Tarde o temprano llega la pregunta incómoda: ¿Y tú qué haces?.  Como que fuera obligación hacer algo. Y además, como que eso te definiría como ser humano. A mi, que soy multifacética y que además no me debo a ninguna institución (por ahora) se me hace difícil contestar a esa pregunta. Digamos que me dedico a dos cosas básicamente: escribir y también… bueno, el cine. Confieso que hablar de este segundo oficio me da un poco de vergüenza. Tal vez porque por ahora  no estoy rodando una película. Lo que tengo (como muchos) es un “proyecto”. Aunque ahora ya es más cierto, mucho tiempo fue una idea, una utopía, algo que solo estaba en mi cabeza. Aunque ahora ya es más fácil hacer cine en el país, hacer una película siempre ha sido un proceso largo. Más, si es ópera prima. Por eso, hasta que llegue la fecha del rodaje (o del estreno), corre un tiempo en el que se habla de un famoso “proyecto”  que todos conocen pero que nadie sabe de qué mismo es que es. Pasan los años y una sigue “trabajando en el proyecto”.  Llegó un punto en el que yo, cuando hablaba de “mi proyecto”, me sentía como cuando un psicótico anuncia la segunda venida de Cristo y a los otros no les queda más remedio que seguirle el juego. La gente calla y responde: “Oh, el proyecto, claro, sigue trabajando en él… todo estará bien, todo estará bien”

Hay que tener paciencia. Hacer una película lleva tiempo. Tanto, que - al menos en mi caso que se trata de una película auto- referencial- una va creciendo con los personajes, y  el guión dice: “Sofía (20 años)”. Después “Sofía (25 años)”. Luego, Sofía (“28 años”). Espero que la versión final no diga “Sofía 60 años”. Porque la Sofía de 60 no tendrá las mismas inquietudes que la de 20. Ni yo seré la misma guionista. Ni el Quito de hoy será el mismo del de hace cinco años. Ya sé, una película no es un poema, que surge en un instante de inspiración. No es un instante, son varios instantes que juntos forman días, meses, años. ¡Pero tampoco puede durar siglos! porque podría pasar que después del “proceso”, del “paso a paso”, cuando al fin se consiga el dinero para filmar, cuando al fin se tenga la “versión definitiva” de guión, resulte que una ya no sea la misma,   que el momento de esa película ya haya pasado. Cuando tienes las respuestas, te cambian las preguntas. Porque si bien una película no es un instante, sí es un momento, y si el momento pasa, ya no tendría sentido filmar esa película, creo. 

Entonces, ¿Por qué no filmar rápido, cuando las ideas están a flor de piel?. Sí, por la plata. Pero también es por la idea de “el guión perfecto”, “el casting perfecto”, del “el crew perfecto”. Sí,   nos falta rigor. Sí, hay películas  hechas sin mucha cabeza. Pero también creo que es necesario valorar el impulso inicial. No es justo que una película se muera en un cajón. Que los guiones cambien como un lienzo que, con la intención de ser mejorado, ha sido manchado con varias capas de pintura y ya no conserva ni la sombra de lo que fue el dibujo original. El proceso burocrático al que deben ser sometidos los “proyectos cinematográficos”, muchas veces los destruye. Hacer cine ya no es hacer películas, sino asistir a foros, participar constantemente sesiones de Pitch, hacer loving… No importa si la película es buena o mala. De hecho, no importa si hay película. Lo importante es saber vender un “proyecto”. 

Ahora bien, ¿qué es la “película perfecta”?. Yo creo que es igual que el concepto de la vida que tenía Lennon: La película perfecta es algo que sucede en alguna parte, mientras una está ocupada haciendo otras. Eso en el mejor de los casos, porque también podría ser: la película perfecta es algo que sucede en alguna parte, mientras una está ocupada haciendo publicidad. El afán de perfeccionismo, la presión de que una es joven promesa, muchas veces solo llevan a la procastinación.  A la idea maligna, vil, asesina, de que habrá algo mejor un día que no es hoy.  

Dicen que  las películas ecuatorianas son masturbatorias, que  no se piensa en el público,  que solo se mira el ombligo, que se debe pensar mejor "el tipo de historias que se debe contar", que aquí nadie sabe "contar una historia". Nada de eso. Yo creo que el peor error que se podría cometer en este punto es sacrificar la voz personal en aras de una voz universal. Es más, creo que si no existe una voz personal es precisamente porque el afán de conseguir un "lenguaje universal", la apacigua. Le perdono a una película errores técnicos, pero no le perdono que me aburra, que no tenga corazón, que no tenga un capricho personal. Reivindico el derecho a equivocarse. Creo que debemos aprovechar la adolescencia del cine ecuatoriano para crear, para hablar de más, y no para medirse, callar,  calcular y  sufrir. Porque me da la sensación de que ya no nos estamos divirtiendo, de que este proceso más es de sufrimiento que de goce. Hacer una película debería ser comprar un pasaje solo de ida, subir a un barco pirata, aceptar el último trago. Reivindico la palabra a la que los intelectuales le tenemos miedo: diversión. 
Improvisemos. Probemos. Juguemos. Ars longa, vita brevis… Hagamos más películas. 

(Diners) 

viernes, 3 de octubre de 2014

Viajemos sin manual (ansiedades posmodernas)



“Tristes viajes los de hoy, sin viento en las velas…”
-Martín Varea-




Vivir. Ese éxtasis sesentero que Jeams Dean nos delegó, ese “Si he de vivir que sea sin timón y en el delirio” de  Mario Santiago, hoy ya no está asociado al viaje interior ni a la iluminación como experiencia mística. Hoy el concepto se ha deformado en publicidad que nos dice que no hay tiempo: hay que probarlo todo, mejor dicho: hay que comprarlo todo. Debemos hacerlo todo ahora. Antes de que el cuerpo se denigre. Hay que vivir rápido.

La juventud está asociada al derroche. Todo está dirigido a los jóvenes. Porque somos nosotros los que tenemos energía y salud- no necesariamente para aventurarnos- sino para comprar y vender. El deseo, en occidente,  es más bien ansiedad.  Nunca es satisfecho y nunca muere. Viaja por los cuerpos como alimentos y objetos que una vez usados, pierden su valor. Ruido. La enfermedad de occidente también es el ruido: actividad frenética que no busca comunicar, sino callar al otro. La enfermedad que hace que cada cosa que se encuentra, sea reemplazada por otra. 

 Viajar es importantísimo para el joven de hoy. Antes los viajes  eran expediciones hacia tierras inhóspitas.  Con dragones y monstruos marinos. Las estrellas eran la única guía. Para los griegos, el camino de la sabiduría empezaba con una acción simple: mirar el cielo. En el siglo tercero a.c, Eratóstenes ya pudo medir el diámetro de la Tierra. La cultura Helénica valoraba más las preguntas que las respuestas, por eso dedicaban su vida a la búsqueda de la sabiduría. Lástima que a nosotros nos tocó vivir en la era de la vulgaridad. Hoy viajar es un hobbie.  Algo que se debe hacer, no para vivir, sino para decir que se ha vivido. Visitar museos en tiempo record. Embutirse de comida exótica. Y por las noches, atorarse de cocktels para  tener sexo con hombres y mujeres desconocidos. El joven de hoy no es un viajero, es un pasajero. No un pasajero que deviene y sueña, sino uno que pica y pasa. Sin pizca de esa nostalgia del caminante antiguo. Sin dejar huella ni llevarse nada. Nada más que un selfie. Turistas vulgares que apenas rozan la vida. Compran libertad con tarjeta de crédito, a plazo y con intereses. Abrazan héroes de hierro que no saben quiénes son mientras se hacen un selfie para el Facebook. Porque tiene que quedar un registro, algo que pruebe que estuvieron allí, para poder decir que se ha vivido.
 Tristes viajes los de hoy, sin viento en las velas.


Una vez con la barriga llena, y con un gran registro de fotografías, se   puede decir que se ha vivido. Pero cuando el chuchaqui  te agobie y no encuentres Alka-Seltzer que lo ahuyente, ya no encontrarás tus huellas. No estarán  porque no estás tú. Porque ya no existes. Viviste rápido, pero no has muerto joven. Ya no eres el futuro de la patria. La joven promesa. Ya no hay promociones para ti.

He aquí la gran farsa: el delirio no está en la rapidez. Quizás el mayor éxtasis se encuentre en el silencio. En el momento en el que se deja de hablar para escuchar. Y se descubre el despiadado pero bello desierto de lo real... 

Detengámonos. Escuchemos. Viajemos sin manual. “Solo se conoce bien algo cuando lo domesticas”- Le dice el zorro al Principito cuando éste se niega a conocerlo, porque alega que no tiene tiempo, pues debe conocer más  lugares y  más personas.

"¿Qué es domesticar?
-Crear lazos.
-¿Qué hay que hacer para domesticar?
-Tener paciencia- responde el zorro."

(Diners)