Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

lunes, 13 de abril de 2015

Café Müller, con un pie en la Tierra y otro en los sueños…



Feliz tú que no miras
los ojos de la Esfinge,
y no ves que es azul el laberinto
de su arena; terrible
conocimiento de una vida amarga
el que nos dan los últimos jardines.
Feliz tú que no sabes
quién teje la ilusión de tus tapices,
ni quién es la hilandera de tus días,
vendimiadora que da un vino triste.
Cantas tu himno, loco de esperanza,
y no sabes si mueres o si vives.
-Giovanni Quessep




I
Café Müller

Es noche, la luz de la luna entra por la ventana, iluminando sutilmente un escenario lleno de sillas, en el que una mujer flaca tropieza. Lleva un camisón blanco, el cabello suelto, revuelto, salvaje, como si hubiera escapado de un manicomio. Sus manos apuntan hacia arriba, como las de una sonámbula. Tiene los ojos cerrados, camina con dificultad, como un alma en pena. Tras ella, al fondo, hay otra mujer, también lleva camisón blanco, es muy parecida a la primera, pero lleva el cabello lacio y recogido y es, aún, más flaca. Sus costillas sobresalen, sus pómulos se dibujan, los huesos de su cuello se estiran, el vestido blanco dibuja la forma de sus senos, los huesos afilados le dan una misteriosa sutileza a sus manos, a sus dedos finos. Es  como si la contextura de su cuerpo le diera a la obra su impronta: el cuerpo alargado, huesudo, parece más triste. Aunque está al fondo y no en primer plano, es esa distancia, ese “fuera de foco” lo que vuelve aún más abstracto a su cuerpo anguloso.
Las mujeres son gemelas,  es como si en el medio de las dos hubiera un falso espejo que reprodujera la realidad casi tal y cómo es, o como  si la una fuera el alma de la otra, una especie de doble que repite infinitamente sus pasos. La música de  Henry Purcell les atraviesa la piel.  Un hombre con terno, el hombre más triste del mundo (1),   intenta quitarles las sillas del camino, pero es inútil, ellas siguen chocando, siguen cayendo, sufriendo, tropezando, errando, no se liberarán  a pesar de sus enormes esfuerzos, están ciegas, jamás podrán ver su destino. Están condenadas a errar  en un mundo vulgar que no habla sus códigos, a  chocar eternamente contra un mar de sillas, aparatos de madera y cuatro patas, fríos, inhumanos, compuestos de un universo material que no entiende el alma.
Café Müller (1972) es, quizá, la obra más desgarradora de Pina Bausch (1940-2009), coreógrafa y bailarina que revolucionó la danza contemporánea. Inspirada en la cafetería que tenían sus padres en la posguerra, la misma en la que de niña se escondía bajo las sillas, Pina creó Café Müller, obra de teatro-danza que logró transmitir un universo desolador en el que los personajes bailan la angustia existencial; huérfanos, incomunicados, han sido abandonados en un mismo escenario, pero están solos, más solos que si estuvieran solos.




Ha habido varias citas a Pina Bausch y a su obra. No en vano Pedro Almodóvar la cita  en   “Hable con ella”, pues Café Müller es una enorme metáfora del conflicto de su película: el enfermero Benigno-igual que el hombre que retira las sillas en Café Müller- intenta  comunicarse con Alicia, una mujer que está en coma (igual que las mujeres sonámbulas de Pina) . El cineasta Win Wenders hizo en el 2011 un documental   llamado “Pina” que es un tributo hermoso que hace justicia a la sensibilidad extrema de Pina.

Después de un buen tiempo vuelvo a ver Café Müller mientras  afuera cae una tormenta. Me provoca la misma sensación que la primera vez : es una de las cosas más bellas que he visto en la vida. Cabe mencionar que no estaba previsto que Pina bailase esta obra,  empezó haciéndola solo para marcar los pasos, pero sus bailarines le dijeron que si ella no salía a bailar, no había obra.  “Vi a Pina bailar varias veces Café Müller, e intenté sentir qué pasaba en su interior. Es como si tuviera un agujero en el vientre mientras caminaba. Como si estuviera en el reino de los muertos. Cuando estoy en el escenario intento acordarme de ella, esa pena, y al mismo tiempo, esa fuerza. Y esa soledad” , dice una de las bailarinas en el documental de Wenders.



II

La ceguera, o la mirada sesgada. 
“Aún cerrados, sus ojos veían todo.”
-Bailarina, hablando de Pina Bausch.




El misterio ha girado en torno a la ceguera desde tiempos inmemorables.  Según Ernesto Sábato en su trilogía, el mundo lo gobiernan los ciegos. Muchos de los personajes y/o personas más sabios han sido ciegos. “Los ojos que no ven miran mejor”, dice un refrán . Ciego estaba Edipo, la esfinge, Borges, Tiresias, Las Moiras. En un principio pensé que los personajes de Café Müller también estaban ciegos, y lo están, pero su ceguera es particular. Las mujeres, más que ciegas, están sonámbulas, sus cuerpos se mueven en un espacio ajeno al de su interior. Son presas de una especie de ceguera parcial, ese punto entre ceguera y videncia que podría compararse al punto medio entre sueño y vigilia. La distorsión de la realidad, la mirada sesgada (los brujos achinan los ojos o tuercen su mirada para ver)  solo es posible con una dosis de ceguera, para descubrir mundo hay que empezar por cerrar los ojos. La mirada propia, auténtica, no nace en la mirada clara (objetiva) sino en la sesgada, subjetiva, impresionista. Más allá de la metáfora de que el ciego es el vidente, hay otra metáfora, la de la condición humana. Café Müller evoca la tragedia al mostrar seres condenados a una irremediable soledad.    Bajo una mirada jungiana, todos los personajes de Café Müller,  son el mismo, cada uno representa una parte de un mismo ser (“Era como si Pina estuviera escondida en cada uno de nosotros. O al revés: como si nosotros fuéramos parte de ella.” dice una de las bailarinas de Bausch) . Las mujeres ciegas representan la inocencia,   la parte puramente humana, condenada a errar; sin embargo, no es ahí donde radica la tragedia, sino en el hombre que quita las sillas, pues es él quien representa la mínima parte de visión, de  lucidez, la mínima conexión con la Divinidad, la pequeña chispa que presiente la realidad o la Verdad, o, desde un punto de vista platónico, la hendija en la cueva que deja entrever los primeros rayos de luz entre las sombras. Pero en este caso, el hombre jamás saldrá por completo de la cueva, tampoco se quedará en completa oscuridad (lo que quizá fuera mejor), sino que estará condenado a mirar eternamente por la hendija. Porque es una hendija, un hueco, un ápice de consciencia, una ventana en el ático, en la cárcel, en el laberinto, desde la cual se atisban fragmentos del Universo, de la Verdad, de la Luz… Jamás la puerta entera, jamás una epifanía, solo la cola, la flecha, aquel indicador que conduce hacia aquel lugar al que nunca se podrá acceder.
Esta  ceguera parcial es la condena. Tener agua, pero no poder beberla, tener la verdad, pero no poder alcanzarla, tener ojos, pero no poder ver. Hubiera sido mejor no ver. Edipo lo sabía,   por eso se sacó los ojos. La tragedia de Edipo no es haber cumplido su destino, sino haber podido evitarlo. La ironía radica en que al enterarse del Oráculo hace todo lo posible por esquivar su destino, pero son esas mismas acciones las que le conducen a él. El ser humano que osa evitar su destino solo acabará   irremediablemente en sus brazos. La fuerza de un ser humano no es nada comparada a la del Universo.  El destino, representado por las Moiras(2), es ciego. No distingue justos de pecadores. Va más allá de la moral, más allá, incluso,  de los dioses. Las intenciones de Edipo jamás fueron hacer el mal, pero su destino era matar a su padre y acostarse con su madre. La lógica moral- religión no existe en la mitología griega.  Al contrario de la Religión Católica, en la que un Moisés hace de mediador entre el Cielo y la Tierra llevando una piedra sagrada en la que el mismo Dios (un Dios generoso) escribió los mandamientos para los seres humanos en el mundo, en la cultura griega la lógica terrena (o la moral) no guarda una conexión con las leyes del Cielo (Destino, Moiras). Es en esa desconexión donde radica la tragedia. El cosmos no entiende de lógica humana. Hay un misterio profundo que el ser humano es incapaz de comprender, incapaz de descifrar. Los pueblos crean religiones para sustentar una moral. Pero en la tragedia griega esta lógica se desarma cuando se corta el vínculo entre moral y religión proclamando la presencia del Destino como elemento insondable que incluso era un misterio para los mismos dioses. Las Moiras, ciegas, como las mujeres de Café Müller, manejan a las mujeres y a los hombres bajo una lógica que da cuenta de un misterio infinito: jamás sabremos, (quizá ni ellas lo saben) por qué lo hacen. O mejor aún: las razones por las que lo hacen jamás serán comprensibles a la razón humana…
Lo triste no es no controlar, sino intuir. El que no controla y es completamente ciego no sufre. Camina alegre y equivocado y no le importa. Pero el que tiene atisbos de la verdad, sufre. Sabe que de alguna manera que su ser no alcanza a comprender, hay un camino claro que él no puede cruzar,   un mundo que no puede vivir, una felicidad a la que él no puede acceder. Es consciente de esto y ahí radica el dolor, en los atisbos de una luz que no le toca. Sería mejor no ver, no tener esa mirada sesgada que invita a ver aquello que jamás será visto sino por fragmentos.



III
La repetición (o el cuerpo fragmentado).




Esta desconexión entre lógica terrestre y divina la podemos ver claramente en la caída de La torre de Babel, símbolo de unión entre el Cielo y la Tierra. La torre ha caído. Dios ha abandonado a la humanidad. En el desierto quedan rastros de lo que alguna vez fue una fuerte edificación que quería alcanzar a Dios. Alcanzar a Dios también podría leerse como entender a Dios. Pero la soberbia, igual que la de Edipo al querer revelarse contra su destino, ha sido castigada. La torre ha caído y ahora solo quedan vestigios. Un paisaje apocalíptico en el que mujeres y hombres caminan desesperados, desterrados, incomunicados, porque su mayor castigo fue el lenguaje, que irónicamente, los destinó a la confusión, al caos. Gracias al lenguaje ahora no se entenderán.  Este es el mismo escenario de Café Müller,  donde todos los personajes han sido abandonados en una noche eterna (la noche eterna del alma) en un paisaje a lo Giorgio de Chirico.  Los personajes comparten un mismo espacio, pero están solos. A veces se encuentran, como dos planetas desorbitados después de millones de años, y se separan otra vez, para seguir errando… Este mismo paisaje apocalíptico podría ser el de los zombies, cuerpos autómatas, sonámbulos, que tienen un pie aquí y otro allá, seres que no viven ni mueren, pero persisten automáticamente,  llevados por una extraña pulsión. Freud identifica la pulsión de muerte con la “compulsión de repetición”. Los personajes de Café Müller repiten. Las mujeres chocan varias veces contra las paredes. El hombre retira las sillas como quien barre la arena del desierto . Otro hombre, de terno, intenta hacer que una mujer y un hombre, ambos ciegos, se abracen. Moldea los cuerpos autómatas, sonámbulos, espectros, y consigue un abrazo torpe. Por pocos segundos, la mujer y el hombre se abrazan, pero sus cuerpos no se entienden, se presienten el uno al otro torpemente hasta que esa fuerza, quizá la materia oscura, el destino, hace que los brazos del hombre se desvanezcan hasta que la mujer caiga de ellos, entonces se alejan otra vez,  como en una pesadilla. El hombre los acomoda de nuevo, como un escultor obstinado cuya obra falla, como un Dios ciego que crea seres imperfectos, hombres de palo, pero es imposible:  la mujer y el hombre no permanecen abrazados más que por un instante. Vuelven a caer. Y el hombre  , necio,  rehace su obra fallida, insiste infructuosamente. Y así entramos en un círculo de repetición, en el mito del eterno retorno, donde la acción se repite cada vez más rápido resaltando lo inútil de su accionar, la  energía gastada, la  frustración. En  la repetición está la condena. En la repetición hay una surte de estigma, de destino. “Esta insistencia ciega y indestructible de la libido es lo que Freud llamó “pulsión de muerte”, el nombre freudiano que paradójicamente designa su opuesto, la forma en que la inmortalidad se inscribe en el psicoanálisis: un exceso de vida siniestro, un impulso de muerto-viviente que persiste más allá del ciclo (biológico) de la vida y de la muerte”(3). Mediante la repetición se llega a un estado en el que el propio cuerpo se despoja de su significado. El cuerpo adquiere una extrañeza tal que no parece humano. Los cuerpos de Café Müller se distorsionan.  Dos hombres se  comunican torpemente, como animales, o arácnidos. Una mujer  pelirroja más que caminar, levita. Las ciegas casi caminan por las paredes, desafiando la ley de la gravedad.  “Siempre tenías la impresión de ser más que un ser humano cuando bailabas con Pina”, dice una de sus bailarinas.  La misma desconexión entre cielo y tierra se da en el cuerpo de los bailarines, que un momento dado,  no actúa como un todo sino como un fragmento. Este cuerpo fragmentario, esta laminilla(4), similar a la lombriz que se divide infinitamente, adquiere una vida-muerte, que persiste a través del tiempo.   Ya no se sabe si es la pulsión de Thánatos o es Eros. Y yo también repito; las bailarinas más que ciegas, están sonámbulas, es decir: en dos lugares a la vez:  tienen el un pie en la tierra, y el otro en los sueños, un pie el la vida, y otro, en el reino de los muertos. Café Müller es un canto a la soledad, a la angustia, y al mismo tiempo, un canto a la experiencia terrena, a la belleza que de alguna manera persiste ante el dolor. “Bajo la influencia apolínea, la Voluntad desea tan violentamente esa existencia, el hombre homérico se identifica tan completamente con ella, que su queja misma se transforma en un himno a la vida”(5) .  

“Bailad, bailad, sino, estamos perdidos.”.
-Pina Bausch.

(Cartón Piedra)





1: Así llama Benigno (personaje de “Hable con ella”, filme de Pedro Almodóvar) al personaje de café Müller encargado de retirar las sillas para que las mujeres no tropiecen.
2: Moira: diosa encargada de reglamentar el principio del mundo y de presidir la vida de cada ser humano. / A las Moiras se las representaba comúnmente como a tres mujeres hieráticas, de aspecto severo y vestidas con túnicas: Cloto, portando una rueca, Láquesis, con una vara, una pluma o un globo del mundo, y Átropos, con unas tijeras o una balanza.
3: Slavoj Zizek “Cómo leer a Lacan”
4: “Lo que Lacan denomina lamella (laminilla) podría traducirse vagamente como “homelette”-una condensación de Homme y omelette que evoca el dicho “para hacer un omelette hay que romper los huevos”. Por su parte la palabra omelette viene de la palabra francesa lamelle “laminilla”- /Cómo ller a Lacan/Lacan como espectador de Alien/Pag 69.

5: El Origen de la Tragedia, Friedrich Nietzche.