Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

lunes, 11 de diciembre de 2017

La tortuga debajo de las tortugas




Una vieja creencia oriental sobre el origen del mundo dice que el planeta flotaba en el espacio sostenido por una tortuga, y esta tortuga, por otra, y esa, por otra, y así susecivamente. Esta metáfora funciona a la perfección si en lugar de tortugas hubiera madres. Madres que de forma casi invisible, en silencio, abren sus cuerpos para que un nuevo ser pase del agua a la vida a través de sus vaginas, madres que forman seres vivos en sus vientres y los alimentan con sus cuerpos. Las madres sostienen al mundo. Pero, ¿quién sostiene a las madres?.

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Cuando nació Lucas mi mundo se rompió. Se acabó para volver a empezar. Pero ese “volver a empezar” no fue como yo había pensado, algo instantáneo. No. Mi mundo se rompió y quedaron escombros, huecos, pedazos. Poco a poco vendría la luz, la luz de Lucas, pero como sucede con las cosas grandes, cuando la luz es tanta al principio hay encandilamiento, y no se puede ver. Es irónico, pero al “dar a a luz” lo primero que hay- al menos en mi experiencia- es oscuridad. Ahí estaba yo, perdida en el caos con mi mundo y mi cuerpo rotos, intentando despedir a la mujer que que había sido e intentando conocer a esta nueva mujer-madre. Sabiendo que por primera vez habría un nuevo ser que estaría conmigo todo el tiempo, pero irónicamente, sintiéndome sola. Más sola que nunca. Culpándome por no sentirme feliz. Sintiendo una ternura y un amor que no sabía que existían, pero también miedo, tanto que no sabía si volvería a sentirme en paz… Luego sucedió algo maravilloso: muchas mujeres (algunas hasta prácticamente desconocidas) se acercaron a mi. Me escribían por whatsap preguntándome como estaba Lucas, como nos iba con la lactancia, si había logado sacarle los gases, etc. Una de estas mujeres era la Samy (Samantha Cevallos) con quien había recibido clases de preparación al parto. Ella me invitó al Regazo, un grupo de apoyo para mujeres con bebés. Recuerdo claramente el día que al fin me decidí a ir, el solo hecho de ponerle al bebé en el fular y salir a la calle me hizo sentir poderosa. Y lo que sentí al llegar fue incomparable: la red que antes era virtual se había convertido en un lugar físico, un lugar en el que yo no era la única con el mundo roto. La luz iba llegando. Los jueves (ese es el día en el que tienen lugar las sesiones) se convirtieron en días sagrados. 

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Hoy en día hay mucha información y apoyo para el embarazo y el parto, pero nadie prepara a las mujeres en una de las etapas más difíciles de la maternidad: el post-parto. El “Regazo, casa de madres” es la primera iniciativa no sólo en Ecuador sino en Latinoamérica que propone justamente eso: sostener, a través de sesiones grupales, a las madres en el puerperio. Una vez por semana las mamás ponen a sus bebés en sus canguros y los llevan al Regazo. Allí los recibe Samantha Cevallos, quien dirige las sesiones. Mientras transcurre la mañana se conversa de los guaguas, se habla de cólicos de gases, de pañales, de esposos (cuando los hay), de madres (cuando las hay), Samantha lee fragmentos de libros de maternidad, pregunta a las mamás como se sienten; y el Regazo también es comer mandarinas, tomar tecitos, a veces intercambiar pañales pequeños por otros un poco más grandes; a veces llorar, descargarse, decir ya no puedo, no sirvo para esto, quiero huir; y después reírse de una misma porque las otras tampoco pueden … escuchar, aconsejar, dar de lactar…. 

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Samantha Cevallos es alta, de piel trigueña, flaca, ojos claros, usa ropa cómoda, tiene voz muy dulce y sabe cargar a los bebés de forma especial. Tiene 49 años, es doula, enfermera, asistente de lactancia y psicóloga. Lleva trabajando en temas vinculados a la maternidad desde hace 20 años. Su esposo Francisco López es ginecólogo, así que ella ha acompañado varios de sus partos desde hace más de 20 años. Ambos tienen 3 hijos. Dentro de su experiencia como enfermera de su marido en la clínica Puerta a la vida, ella veía como las mujeres quedaban intranquilas después del parto “las mamás daban a luz y a los dos días se iban con una soledad impresionante y con un guagua en brazos sin saber qué hacer, y sin que nadie las sostenga”. Y cuando regresaban a la revisión de los ocho días estaban ansiosas, entonces se quedaban conversando con ella, necesitaban hablar. Samantha decidió usar el espacio de los cursos de preparación al parto para acompañar a las madres con sus recién nacidos. Es así como hace 9 años fue naciendo una comunidad de madres. “Realmente el Regazo nace por una necesidad de las madres, no mía”. Para ella fue un reto, empezó  a estudiar sola; aunque ya se había graduado de psicóloga, se volvió autodidacta en temas de maternidad, y se especializó en el tema del post-parto. También se contactó con grupos parecidos y descubrió que hace 9 años había muy pocos espacios (en el mundo entero) de acompañamiento a mamás post-parto. 

Una de las lecturas más utilizadas en el Regazo es “La maternidad y el encuentro con la propia sombra”, de la argentina Laura Gutman, según ella, el embarazo es una etapa de ingenuidad. Samantha también lo cree así, ella, que ha preparado al parto a miles de mujeres, dice que la ingenuidad de las embarazadas es absoluta, por más que les ha advertido de todas las formas posibles lo duro que es un parto, ellas no lo alcanzan a ver. Tal vez la razón sea simplemente que nada en el mundo puede prepararnos realmente para una experiencia tan transformadora como la de traer un niño a nuestro mundo. Por eso el puerperio cae como un baldazo de agua fría. La mujer de un momento a otro y de manera violenta, debe hacerse cargo de un ser humano cuando no sabe bien ni quien es ella misma. Uno de los temas de conversación más frecuentes del Regazo, es el de las muchas cosas de la maternidad que la sociedad no te dice. Nadie te dice que el primer período de la maternidad no es necesariamente bonito. Nadie te dice que lo que llaman “depresión post-parto” es algo que nos sucede a la mayoría de mujeres con mayor o menor fuerza. Nadie nos dice que tenemos la sensación de que no podemos hacernos cargo del bebé, y más que eso, de que quizá no queremos hacerlo, porque nos damos cuenta de que eso implica renunciar a muchas otras cosas, de hecho a casi todo. La sensación es la de haber perdido la libertad para siempre. Y la identidad. Y  la calma. A todo esto hay que sumarle el desorden hormonal. Es una locura. Por eso una parturienta no debería estar sola. Samantha nos recuerda en el Regazo que nuestras abuelas solían vivir el puerperio acostadas en la cama, atendidas por otras mujeres, tomando sopita de pollo. Pero ahora las cosas han cambiado. La sociedad occidental moderna es más independiente, el puerperio se suele vivir solamente con el esposo, si lo hay, pero se ha perdido esta vieja costumbre ancestral de criar en manada. Y eso es precisamente lo que necesita una mujer puérpera: un sostén, y no de una persona, porque, como dicta Gutman: “una mamá y un papá son demasiado pocos para criar un niño; puede sonar extravagante este pensamiento pero yo creo que estamos diseñados para vivir en comunidad, como la mayoría de los mamíferos”. Eso es el Reagzo: una tribu. Una comunidad de mamíferas que vive el tiempo de otra manera, que, en lugar de encargar a sus crías en guarderías o quedarse solas en la casa, decide unirse con otras mamás a dar de lactar y a compartir sus frustraciones y deseos. Vanessa Espín, mamá de Isabella de 4 meses, dice: “Yo lo que sentí es que solamente aquí me podían entender. Nadie más me podía entender. Ni mi mamá, ni mi esposo, solo en el Regazo me podían entender.” Para Paulina Simon, mamá de Elías de 7 años y Nael de 3, la experiencia en el Regazo fue transformadora: “Se volvió necesarísimo salir al menos esas 3 horas a la semana a ver a estas mujeres y conversar con ellas. De ahí salieron mis primeras mejores amigas de la vida con las que hasta ahora seguimos ya por 6 años acompañándonos y siendo cómplices en cada aspecto de la maternidad. Hasta hoy, casi 4 años después tenemos un chat de whatsapp muy activo en el que nos consultamos desde la temperatura, los remedios, las recetas para las loncheras y hablamos largamente de todo. Y todo eso nació del Regazo”.
El Regazo también se convierte en un espacio de estudio y reflexión sobre la maternidad. Muchas de las mujeres que ahora trabajan o están involucradas en temas de maternidad dieron a luz en Puerta a la Vida y asistieron al Regazo. Hubo madres que Samantha acompañó y que después se hicieron doulas o asistentes de lactancia, es el caso de Dani Jarrín y María José Silva. 

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¿Por qué es tan difícil asumir la maternidad?. Las respuestas pueden ser infinitas, pero una de ellas es que criar a un recién nacido exige todo nuestro tiempo, y eso, por supuesto, incluye la anulación de nosotras mismas. Es una lección de ego y un cambio de mirada. Un bebé obliga a cambiar la manera de concebir el tiempo. Estamos acostumbradas al movimiento constante y al ruido. Un recién nacido exige lo contrario: silencio y detenimiento. La sociedad, además de rechazar la pasividad, rechaza el mundo femenino. Siempre lo ha hecho y ese es el origen de la lucha feminista, pero uno de los efectos secundarios de la enmancipación de la mujer es el del rechazo hacia la maternidad. Por estas razones Samantha difiere con muchos de los puntos de algunas feministas. La igualdad de género queda solo en discurso cuando se trata de criar a un bebé, hay cualidades fisilógicas que solo puede hacer una madre que empiezan por la lactancia. “A la hora de maternar no existe igualdad de género”, dice Vanessa Espín. Pero no han sido las feministas las culpables del rechazo a la maternidad, sino la misma sociedad patriarcal que se ha encargado de dividir a las mujeres y hacerlas escoger entre vida profesional y el trabajo no doméstico haciendo que el precio que paguemos por nuestra libertad, sea el del rechazo a la maternidad. 
Samantha recuerda cuando a una mamá que iba al Regazo le dijeron en un restaurante en Quito que se fuera al baño para dar de lactar a su bebé. Días después, unas quince madres regresaron al restaurante, sacaron la teta y amamantaron en grupo. Cuentan que el dueño del restaurante quedó intimidado y fue incapaz de decir nada. En las sesiones del Regazo, Samantha suele decir que en esta sociedad ser mujer y lo que eso conlleva es muy mal visto. Pero lo complejo del rechazo a la mujer al que ella se refiere es que no es explícito, sino sutil, ambigüo, por un lado, para la sociedad conservadora los hijos son un requisito y la maternidad es vista como algo sublime y respetado. Pero esa misma “aceptación” asocia a la madre con la ama de casa rebajándola a un nivel inferior con respecto a los seres humanos que trabajan, sobre todo los hombres. Así, la maternidad es respetada de la misma forma que es respetada una mujer: con rosas lastimeras y canciones cursis. Vivimos en una sociedad que ha dejado de ver el milagro de lo cotidiano, la magia, lo absurdamente increíble que es que se forme un ser adentro de otro, que una mujer pueda llevar dentro de sí otros ojos, otro cerebro, otras manos, que un ser humano pueda salir de un vientre y alimentarse de otro cuerpo. Olvidamos que somos animales. Y que lo animal es sagrado. Esta sociedad hace que no veamos la importancia de la maternidad, y que por ende, no podamos asumirla.

Hay una diferencia entre las mamás que entran al Regazo y las que salen, dice Samantha. Las que entran llegan con miedos, y las que salen se vuelven seguras. Lo que hace el Regazo es que podamos asumir la maternidad. A Daniela Proaño, mamá de Zoe de un año, el Regazo le sirvió sobre todo para aprender a amar la maternidad. “Antes no me gustaba, era más una carga, solo una responsabilidad, un padecimiento. Pero aquí le fui agarrando el gusto”.  Todas las mamás que estamos esa mañana en el Regazo coincidimos en eso: después del Regazo nos gusta más ser mamás.

El Regazo existe gracias a Samantha. Ella es la gran tortuga debajo de las tortugas. La que ha podido sostener a las madres que sostienen a sus hijos. Ella tiene ese don. Dentro de los casos que más han marcado la historia de Samantha, hay el de una madre que tras 15 años de matrimonio en el que habían acordado no tener hijos, se quedó embarazada. El matrimonio estaba por terminarse. Llegaron a un acuerdo: ella concluiría el embarazo pero al momento de nacer, sería él quien se haría cargo por completo de la crianza del niño. Aunque fue a las clases de preparación al parto la madre prefirió no vincularse con el bebito por un mecanismo de protección. Al final tuvo un parto hermoso, un parto vertical. Cuando nació el bebé, el papá cortó el cordón umbilical y pusieron al recién nacido sobre el pecho de la madre. “le dije que cierre los ojos y que sienta su corazón, que empiece a oler a su bebé; ella le empezó a oler, cerquita de su nariz, de su cara, el bebito estaba con los ojos bien abiertos sintiendo la sensación de oxcitocina que había ese momentito en el cuerpo de su mamá y de él, como te he dicho la oxcitocina es la hormona del amor. Ese momento la mamá empezó a llorar, le besó, con los labios le tocaba al bebé, le olía, como una mamífera, como hacen los perros. Hace poquito le volví a ver, ya no está emparejada pero ella sigue teniendo a su hijito y los dos son felices”, cuenta Samantha. Ese es el don de ella: el de reecontrar a las madres con sus bebés, el de devolver a la maternidad la magia que la sociedad le ha quitado, el de hacer ver a la mujeres la importancia real de la maternidad, y por ende, hacer que puedan asumirla, o en otras palabras: el de dar a las madres la fuerza sobrehumana y la valentía que se requiere para hacerse cargo de otro ser humano. Por eso El Regazo propone una postura política. En una sociedad que va a mil por hora y nos aleja cada vez más de nuestros bebés, dar de lactar se convierte en un acto político. Asumir la maternidad se convierte en un acto político. Mientras todos van al trabajo, atraviesan el tráfico, producen dinero, un grupo de madres se reune en un lugar fuera del tiempo, fuera del sistema; allí dan de lactar a sus hijos, hablan del puerperio, de lo que sienten desde que su vida ya no es la misma. La maternidad se teje en un espacio imaginario bajo otras normas que no son las del sistema productivo. Por todo eso el Regazo es importante, porque reivindica el acto revolucionario y hermoso que es amamantar a un bebé en estos tiempos y decidir criarlo conscientemente. 

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Lucas ilumina este caos llamado puerperio, y es cada vez más llevadero. Ahora tiene 7 meses. Estamos conscientes de que el camino recién empieza, pero al menos siento que por fin hemos metido marcha. Por supuesto todavía seguimos yendo al Regazo, y no, todavía no estamos totalmente en calma (y sé que lo más probable es que nunca lo estemos del todo) y sí, todavía llora, y todavía lloro yo. Pero de una cosa estoy segura: ahora me gusta más ser mamá, y ahora me siento menos sola, sobre todo los jueves…

(Mundo Diners) 

sábado, 25 de noviembre de 2017

Micro feminismos o la militancia de lo invisible






Al contrario de varias personas, a mi me encanta que el internet exista para que todos tengan voz, sí, todos, no solo la escritora famosa ni el filósofo o el político o la periodista, también la peluquera y la abuela y tu ñaña. Todos. Todxs, si quieren. Me encanta que opinen de lo que se les cante, hasta de sus platos de comida, y claro, no falta los que dicen que el feisbuk es el apocalipsis y lo dicen, claro, en un post de fiesbuk. Pero bueno, volviendo al tema, decía que el internet ha sido una plataforma que ha servido bastante al feminismo. Sabemos de la página sobre acosos que fue como una caja de pandora a mediados de enero de este año. Fenómenos como ese han hecho visible un dato aterrador: todas las mujeres hemos sido víctimas del machismo. 9 de cada 10 por no decir 10 de 10. Por otro lado, el fenómeno ha despertado miedo, terror, en los hombres. Varios amigos me han dicho que se sienten acorralados, que sienten que pueden ser chantajeados con falsas acusaciones y que nadie les creería. Que hoy en día basta con un post de facebook en su contra para que su vida quede arruinada. Y es verdad. Ellos dicen que tienen miedo, y yo les digo que es así, precisamente así, como nos sentimos las mujeres todo el tiempo. Ellos tienen miedo y sienten que es injusto, porque ahora deben hacer algo sencillo pero a lo que no están acostumbrados: medir sus palabras y sus actos.  
De todas formas, ese no debería ser el objetivo del feminismo: que los hombres tengan miedo. El objetivo del feminismo debería ser conseguir igualdad de género. Y no  vengan con que "somos diversos y por eso no podemos pedir igualdad". Por favor. Por igualdad nos referimos a igualdad de derechos. Algo básico. Somos seres diversos que necesitan tener los mismos derechos. Y esos derechos, por supuesto, deberían basarse principalmente en respetar y promover la diferencia, la diversidad. Hay hombres pero también mujeres que dicen que "el feminismo divide". No se trata de dividir sino de exigir derechos para una minoría, y si eso te hace sentir excluido, es tu problema. Queremos vivir en paz con ambos sexos. Respetarnos. Y para esto es básico entender que el machismo no es un problema de un individuo sino de una sociedad. Un hombre machista es el resultado de una educación represora que seguramente le obligó a ser “bien machito”. La carga que la sociedad les impone a los hombres es muy fuerte. Un hombre no debe llorar, debe ser “caballero”, no puede quebrarse, no debe ser más sensible que una mujer, etc. Entonces debería quedar claro que no se trata de culpar a un individuo en particular. Debería quedar claro que cuando hablamos de feminismo queremos liberar a las mujeres, pero también a los hombres, de los estereotipos que nos ha impuesto la sociedad, que cuando hablamos de feminismo no queremos culpar a contados individuos sino a un fenómeno cultural que nos afecta a mujeres y hombres (más a mujeres, por supuesto). Porque también hay mujeres machistas (y no es su culpa, es una consecuencia), y porque los hombres también lloran. Debería quedar claro que somos una sociedad en rehabilitación. Que nosotros, intelectuales, activistas de facebook, no somos pefectos. 
¿Cómo ejercer el feminismo en la era de lo políticamente correcto?. En una época fuerte- porque al fin las voces se están escuchando- pero que también cae en la superficialidad e hipocresía: en redes sociales todos dicen ser "perfect@s". Pero no lo somos. Somos humanos. Imperfectos. Seres "en proceso de recuperación". Todavía somos machistas, racistas, xenófobos y mucho más. Por eso ha pasado que artistas han sido criticados porque su obra es tachada de machista o racista. Pero su obra es sincera y si se quiere ser sincero no se puede fingir ser muy correctito cuando se ha sido lamentablemente educado de otra manera. El arte es sincero. Por eso no puede (ni debe) ser políticamente correcto. Pero bueno, eso es material justamente del siguiente post. Volviendo al tema, más allá de que todos tengamos un discurso bien claro y posicionado nos damos cuenta de que nos falta largo cuando vemos que se sigue usando la palabra “maricón” en los chupes, cuando en las escuelas no se enseña que la homosexualidad puede ser una opción, cuando las mujeres aún no somos libres de andar con vestido por las calles sin miedo. Debemos saber que para generar cambios no basta con llenar de quis o arrobas nuestras palabras, hace falta hacer algo, sí, pero no me refiero necesariamente a algo grande (que también es válido) sino a cambiar desde las pequeñas costumbres, aquellas que están ya normalizadas. Más allá de una moral de facebook creo que es importante asumirnos como seres imperfectos, pero en vías de corrección. Y luchar, desde facebook, sí, también, pero sobre todo desde nuestra profesión, y desde nuestra vida cotidiana, en pequeñas acciones. Porque el machismo mata. Y no es una metáfora. Hay mujeres muertas. Y están muertas porque de chiquitas nos enseñaron a no ponernos faldas para no "provocar", porque a los hombres les enseñaron que si veían una mujer sexy y la respetaban eran giles o poco hombres, les enseñaron a aguantarse el llanto para no ser mariconcitos, porque les dijeron que un hombre es más hombre si engaña a su mujer y una mujer es más mujer cuando calla. Por eso es BÁSICO ver lo invisible. Empezar por los detalles. El machismo no es más que la olla de presión de un sistema caduco. Y el feminismo-al menos el que a mi me interesa- no busca erradicar solo la violencia para con las mujeres sino también liberar a los hombres de esas ridículas ataduras sociales.

(Mundo Diners)

jueves, 2 de noviembre de 2017

Sabina




A propósito de Dangerous Method, de David Cronenberg. 







Una cosa que siempre se le escapó a Freud, algo que siempre fue como una falla en el psicoanálisis, una fisura, fue lo que en su propio lenguaje se conoce como la “contra-transferencia”. Se llama “transferencia” al síndrome que consiste en que el paciente se enamora del analista; pero no solo los pacientes transfieren sus deseos y miedos a sus doctores, a veces también los analistas se identifican con los problemas de sus pacientes, y se involucran con ellos… demasiado. No son pocas las historias de terapia y aventuras eróticas, sobre todo al comienzo del psicoanálisis. El propio Freud se culpó toda la vida por no haber podido evitar involucrarse sexualmente con algunas de sus pacientes. Pasó también con Anaïs Nin y Allendi y luego Otto Rank, y con Gustave Jung y Sabina Spielrein. De esta última relación surgió la película Dangerous Method (2011) de David Cronenberg. Como toda buena película, habla de varias cosas: de la relación de Jung con Sabina como paciente y luego como amante, de cómo ella se convierte en terapeuta, de la amistad de Jung y Freud que se ve afectada al final de sus vidas, de los hallazgos de ambos terapeutas, pero, sobre todo, visibiliza el genio de Spielrein. Todo el mundo sabe quién es Sigmund Freud. Todo el mundo sabe quién es Gustave Jung. Pero a nadie le suena el nombre de Sabina Spielrein. No se sabe que ella fue una terapeuta de la talla de Jung y Freud, que llegó a psicoanalizar a Jean Piaget. No se sabe que fue ella quien formuló por primera vez la tesis de que hay algo de placer en el dolor, y algo de dolor en el placer. Fue ella quien desarrolló los principios de la famosa teoría de la “pulsión de muerte”, incluso, según Karsten Alnaes, que ha escrito una novela basada en su vida, el “instinto de muerte” de  Freud no es más que una copia de la tesis de Spielrein.   

En la película de Cronenberg, cuyo guión fue escrito por Christopher Hampton, Sabina, que está interpretada por Keira Christina Knightley, llega al consultorio de Jung casi convulsionando. Tiembla. Sus demonios internos no le dejan vivir. Poco a poco en las sesiones terapéuticas se va develando su verdadero conflicto: a Sabina le excita el dolor físico. Recuerda que cuando era niña y su padre le golpeaba, ella se escondía para masturbarse. Como nunca entendió esta relación entre placer y dolor, vivió culpándose por ello, y esta represión la llevó a la casi locura. Pero la terapia con Jung funcionó. Y Sabina no solo que se entendió mejor a sí misma sino que se sintió capacitada para ayudar a los demás. Hizo su tesis basada en la asociación placer-dolor, vida-muerte, teoría que más tarde Freud adoptaría y llamaría “pulsión de muerte”.  Cronenberg muestra a Sabina como una mujer salvaje que hacía todo al extremo, y que claro, era inteligentísima y tenía madera para ser terapeuta también. Para Jung, ella fue un reto profesional, pero la terapia empezó a tambalear cuando él empezó a desearla. Además de un desafío profesional, ella representaba un peligro, era una mujer en estado puro, piel locura y vida. E inteligencia que estallla en sensualidad. Ella le propone ser su amante y Jung tambalea, no quiere cometer ese error profesional. Esta brillante biopic plantea una buena pregunta para el psicoanálisis: ¿Por qué en el psicoanálisis puede ser tan difícil mantener una distancia profesional?. Parecería que  dos personas que se juntan, la una a escuchar y la otra a hablar, de su vida, de sus problemas, de aquello que no puede hablar con nadie más, comparten inevitablemente una cualidad indispensable para los amantes: son libres. Cuando una persona, por un momento se saca la máscara social y se permite ser quien realmente es, y la otra la mira así sin veladuras, no pueden hacer otra cosa que desearse. Y parecería que este el fin inevitable del análisis. Y más o menos eso es lo que creía Otto Gross, quien también aparece representado en el filme. Él dice que una de las fallas del psicoanálisis es la de reprimir. Que la sexualidad no se debería reprimir y que la monogamia es una farsa. Entonces, tras los consejos de amigo, Jung justifica su deseo y se rinde. Con su nueva amante encuentra un espacio íntimo especial, solo cunado están juntos son libres, tanto para hablar de Wagner como para hacer el amor. Van de la razón al sexo, primero son cerebro y después son un poco animales, viven una sexualidad tan intensa que resulta una suerte de desposeción. Pero Jung, que en el aspecto íntimo no quería ser como Freud, se siente como un perro. No quiere traicionar a su esposa con su paciente. Entonces la abandona, cobardemente. Muy cobardemente.  Y ella se hace pedazos….
Más tarde recaen, pero solo a manera de despedida. Jung llora por no poder quedarse con ella para siempre. Sabrina también llora. Saben que su amor, como todos los amores eternos, está destinado a estrellarse. Saben que lo suyo no puede trascender, no porque él esté casado ni porque ella esté “loca”, sino porque si estarían juntos más de una noche ya no serían extraños, y ya no serian libres, y ya no se amarían.
Más tarde vuelven a encontrar. Ha pasado el tiempo: ella está casada y embarazada y él tiene otra amante. Sus vidas ahora parecen estables, pero saben que nunca volverán a ser tan tan jodidamente libres como cuando fueron amantes. Desde la calma, pero contentos de haber vivido una historia hermosa y extraña, se despiden. Y lo que sigue, aunque se sugiere, no se ve. No se ve que Sabina quiso abrir un centro para niños con trastornos psíquicos porque siempre pensó que su rol de terapeuta tenía que ayudar a que la gente a ser libre, y que por eso pensó, equivocadamente, que la URSS le apoyaría. No fue así. Murió asesinada junto a sus dos hijas en la Sinagoga.

(Babieca)

martes, 17 de octubre de 2017

Cesárea







Desde que tengo uso de razón he escuchado a mi madre hablando de contracciones, de dilatación, de pujos. Cada que puede aprovecha para contar como fue la primera contracción, cómo pudo controlar el dolor respirando, lo que sintió cuando yo nací (fue,dice, el momento más feliz de su vida). Describe el color del cielo amaneciendo a través de la ventana del hospital, como un regalo que representaba la victoria de la luz después de la batalla con la oscuridad, metáfora obvia del nacimiento. Tal vez por eso siempre he añorado conocer la maternidad. Creía que al hacerlo podría encontrar un secreto nuevo que había estado durmiendo en mi. Algo así como descubrir un orgasmo. Me refiero a las posibilidades del cuerpo, de la feminidad, que abren puertas de la mente y del alma. Por eso yo quería un parto natural. Dicen que los hijos, desde que nacemos, hacemos todo para complacer a las madres, hasta tener hijos. Tenemos hijos para ganarnos el amor de nuestros padres, hijos que a su vez tendrán más hijos para ganarse nuestro amor. Quería que mi madre esté orgullosa de mi. Pero sobre todo, yo misma quería estar orgullosa de mi. Quería ser fuerte. Sentir esa posibilidad de ser mujer hasta el extremo, haberla vivido en carne propia. Había escuchado a tantas mujeres decir que no sabían lo valientes que eran hasta que dieron a luz naturalmente. Algunas, incluso, afirman que no sabían lo que era “ser mujeres” hasta que parieron naturalmente. Yo
también quería vivir eso. Recuerdo que antes de estar embarazada las acusaciones sobre la cesárea me
molestaban. Me molestaban porque había una asociación entre el dolor y la feminidad que a mi modo de ver, era innecesario. Me molestaba porque  el sistema patriarcal se había encargado de reproducir la máxima “parirás con dolor” en las mujeres de hoy en día haciéndolas creer que eran “más mujeres” mientras más dolor fueran capaces de sentir. La mujer que tiene su bebé por cesárea pero que intentó un parto natural es vista con cierta piedad, como una sub-mujer, pero que al menos intentó serlo. Pero la mujer que decide tener su bebé por cesárea porque no quiere sufrir no es solo mala madre, es pésima madre. Y un bodrio de ser humano. Estas ideas me indignaban. ¿Por qué para ser respetadas debíamos pasar por tanto dolor?, ¿Pasar del dolor significaba ser "menos mujer"?. Por todas estas ideas había pensado que si alguna vez estaba embarazada daría a luz por cesárea, por pura bronca. Pero no fue así. Al vivir el embarazo supe que el parto, más allá de las explicaciones racionales, sería una especie de puente entre el embarazo y la maternidad. Presentía que en ese puente se crearía un vínculo imprescindible ente la madre y el bebé. Tenía pesadillas en las que yo estaba ausente de mi propio parto, simplemente me entregaban al bebé y no sabía a qué rato había sucedido. 

Eso, exactamente eso, fue lo que sentí en la cesárea. ¿Por qué tuve una cesárea?, tal vez no dilataba, tal vez ya no había tiempo, tal vez simplemente no pude. Las razones ya no importan. Sentí que entré en el terreno de la maternidad perdiendo de entrada. Con miradas compasivas y un dejo de “no pudo”. Aunque había pasado por el dolor necesario que al parecer es requisito para ser madre, había fracasado. Me habían partido la piel en miles de capas, me habían anestesiado dejándome una cicatriz que me llevaré a la tumba, pero yo no era valiente, yo no era “mujer”, yo, aunque tenía un bebé que había formado adentro mío, no era madre, o por lo menos, no merecía serlo. Era una perdedora. Una perdedora con una cicatriz que no me dejaba ni toser, con un cuerpo deforme y torpe que ahora debía atender a otro ser humano. Me dolía pensar que no me sentía igual que mi madre después de parir, feliz y realizada. No, yo me sentía partida, dividida, fragmentada, sola. Sin fuerzas, sin entender qué pasaba. Estando en ese estado me trajeron a Lucas. Entonces nos miramos. Él con sus ojos que huelen a estrella, me miraba y lloraba, yo con los ojos anestésicos, vacíos, cansados, le miraba sin entender, pero le miraba, porque su mirada era lo único verdadero que yo tenía, porque su mirada era como un hilo en medio del abismo. Nos mirábamos como dos seres de distintas especies que no se entienden pero se miran. Que tienen miedo, pero se miran. Que no saben quiénes son, pero se miran. Que aún nosaben como amarse, pero se miran.

(Mundo Diners)

lunes, 18 de septiembre de 2017

Conversaciones imaginarias con mi mejor amiga o mover la cabeza al ritmo de las olas imaginarias.





"No me convencen esas nostalgias reaccionarias: pretender no seguir creciendo. Eso es la nostalgia.”
-Andrés Caicedo

“La juventud es una estafa”
-Roberto Bolaño

O esa vez que nos fuimos a Montañita, los cuatro, y nos metimos en una carpa que luego quedó hecho mierda porque manchamos el colchón con arena y fumamos adentro, y luego salimos a la playa y cuando regresamos a las 3 de la madrugada decidimos dormir en la carpa de los vecinos que estaba limpia, y cuando ellos llegaron les tocó dormir en la nuestra. Y luego nos peleamos todos porque estábamos chiros y la vida no es fácil cuando uno está chiro, pero nos reconciliamos en Manglaralto. Y atardecía. Y en la tienda aún habían bielas. O la vez que fuimos a Mindo y nos acabamos esa de norteño con el Mariano, ¿Así se llamaba ese argentino? Pero al final ninguna vaciló con él. Y al otro día el auto se dañó y tuvimos que regresar a Quito con wincha. O la vez que a los 18 nos fuimos dizque a vivir solas y arrendamos un dizque departamento en Guápulo que no tenía ni muebles, y cada vez que queríamos tomar una sopa nos golpeaba la puerta algún pana. Y ahí mismo fue que eran fiestas de Guápulo y cuando regresamos a dormir el dueño de casa nos había puesto un candado en la puerta porque hace meses que no pagábamos el arriendo y luego no nos quería devolver la tele ni el vhs ¿te acuerdas?. Pero esa noche nos tocó subir a la casa de un francés que vivía arriba y pedirle que por favor nos deje dormir ahí. Y nos dejó pero el muy hijueputa no nos dio ni una cobija y nos tocó taparnos con el mantel. O la vez que cruzamos el mar de Galápagos en panga a medianoche y terminamos haciendo fiesta en la casa que nos habían prestado, era de un ex marinero, Angermeyer, que había dado la vuelta al mundo en su barco con un saxofonista, y solo comían pasta a la bolognesa y dicen que a medianoche en altamar cuando no tienes certezas de nada ver las estrellas es casi como caer de cabeza al universo, pero la cosa es que años después de sus viajes este man se había quedado con el tic de mover la cabeza hacia un lado y otro, como si todavía estuviera en el mar; y era súper buena gente y nos hizo unos tragos deliciosos y no sé por que pero empezamos a tocar las maracas. Y nos metimos al mar a media noche y yo veía el cielo y estaba en un tripsazo, de esos que te dan en la adolescencia cuando te apartas un segundo de la fiesta y juegas a que te conectas con la naturaleza o contigo misma, piensas en el futuro, piensas en que algún día esto va a cambiar, y puta que cambia. Pero esa vez en la playa nos quedamos sin ni para un pan, y con el único dólar que teníamos nos compramos un encebollado y nos fuimos a comer en la arena y había un perro que parecía que se reía, ¿te acuerdas?. De ley se reía, se reía de nosotros. Luego regresamos a dedo pero antes hicimos unos sánduches de tomate que casi se come un caballo. O la primera vez que salí a un bar sola y le conocí a una europea con rastas y me pasé con ella toda la noche, de bar en bar,  y nuestra historia pudo ser la de alguna película independiente indie lésbica, pero no fue así. O cuando pasamos primer semestre y nos creíamos estrellas de rock, nos creíamos importantes, y brindábamos por todo lo que estaba por venir o porque en la tienda aún habían bielas. 
Ahora una miel desordena el tiempo. Y es como si estuviera ahí y a la vez acá, y creo que soy un poco como el marinero que ya no está en el mar, hace años que está en tierrafirme, pero todavía siente el movimiento de las olas. Y mueve la cabeza. Mueve la cabeza al ritmo de sus olas imaginarias.

Ilustración: Eduardo Toapanta. 
(Mundo Diners) 

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Hanna Horvath, la atrevida. (Cuando la revolución es el cuerpo)



 Lena Dunham tiene 31 años. Es guionista directora, escritora y actriz. Creadora de la serie Girls (2012) transmitida por HBO. Lena no ha escogido hablar de algo divertido o cool, ha tenido la valentía de retratarse a sí misma. En su obra casi no existe lo que en dramaturgia se llama “mecanismo de distanciamiento”. No hay un mediador entre su problemática personal y su personaje, es decir, Hanna (el personaje protagónico de Girls interpretado por Lena Dunham) no se diferencia en mucho de Lena. Si bien la serie tiene varias fortalezas como su puesta en escena, la temática realista con una mirada irónica sobre la juventud, lo más fuerte es la mirada femenina de la contemporaneidad, y , sobre todo, el personaje de Hanna Horvath que logra ser, casi por primera vez, una mujer real en pantalla. Ahora bien, ¿quién es ¿Hanna Horvath?.

Hanna tiene 25 años y es una neoyorkina de clase media. En su cumpleaños 25 sus padres deciden no apoyarla económicamente para que ella empiece a autosustentarse. Entonces empieza su búsqueda. Hanna deberá encontrar la forma de cumplir sus sueños y a la vez ganar dinero. Por un lado ser escritora, publicar su libro (cualidad compartida con Dunham, quien también estuvo buena parte de su vida luchando para publicar su primer libro hasta que finalmente lo logró) encontrar una estabilidad económica. También está la idea contemporánea de encontrar el amor- o la complitud emocional- en una época sexualmente liberal. Hanna es feminista. Hanna es una mujer que se atreve a hacer lo que desea y eso resulta chocante para quienes la rodean, para la sociedad. Dentro de un lenguaje quiteño, Hanna resulta “atrevida”. Y el significado de ese término, al menos dentro de nuestra idiosincrasia, tiene una acepción peyorativa que ubica a la mujer en ciertos estándares de los que "no debería salirse". La pregunta es ¿Atrevida a qué?. Y quizá la respuesta sea: atrevida a actuar como un hombre. Hanna hace lo que quiere: si tiene hambre, come, si quiere sexo, lo tiene, si le gusta un chico, va por él, si ya no le gusta, lo deja.



El primer aspecto que llama la atención de Hanna (y de Lena, aquí es difícil ver el mecanismo de distanciamiento) es su cuerpo. Lena Dunham es gorda y no tiene problema- es más lo hace con placer- en exponer su cuerpo. No decidió bajar de peso-como muchas estrellas de cine y de la pantalla chica- para protagonizar a Hanna. Las mujeres gordas que han aparecido en pantalla no suelen tener personajes protagónicos o si los tienen están sujetos siempre al rol de “perdedoras”. Suelen ser historias de chicas con problemas a las que no les va bien con los chicos (estas historias casi siempre suelen estar asociadas a problemas de pareja hetero) y que a medida que la trama avanza logran “superarse”, bajar de peso o lograr una imagen aceptada por la sociedad, y conquistar al chico, o en su defecto, encontrar otro “igual a ellas”. Es decir, si no cambian ellas, no pueden conquistar al chico que querían sino que deben conformarse con el que les toca,  alguien que,  al igual que ellas es
subestimado por la sociedad. Por lo general, en la ficción, las mujeres  son conquistadas y el conflicto consiste en aceptar o no al pretendiente o en la espera del hombre indicado mientras a sus vidas van llegando, uno a uno, varios tipos de hombres que no les convencen, hasta que llega el indicado. Llega. No lo buscan. No luchan por él. Cosa que sí sucede en las comedias románticas con hombres protagonistas. Ellos, como por ejemplo las comedias románticas de Ben Stiller en las que pasa por varias pruebas difíciles hasta conquistar a su chica. Parecería que una mujer o un personaje femenino no fuera digno de ejercer su deseo. Los personajes femeninos han estado siempre obligados a tener roles pasivos, a ser conquistados. Y, menos aún, una mujer que no cumple con los estándares de belleza y de comportamiento impuestos con la sociedad. Una mujer que no cumple con eso parecería aún menos digna de “atreverse” a satisfacer sus deseos. Hanna lo hace. Hanna es gorda y no quiere bajar de peso. Para ella su gordura no representa un problema. Hanna come y disfruta comiendo. La revolución feminista de Lena Dunham empieza en su cuerpo. Y su cuerpo es el cuerpo de Hanna. Hanna es gorda y usa ropa sexy. Se pone puperas, bikini, sale desnuda, y hasta le muestra su vagina a otro personaje. En una sociedad en la que estamos acostumbrados a ver mujeres flacas como bellas, y a mujeres gordas escondiendo su cuerpo y haciendo todo tipo de dietas para alcanzar el modelo estándar, ver a una gorda mostrando el ombligo es algo innovador. Esa sola acción dice mucho. Dice que ella está conforme con su cuerpo, que no piensa hacer una dieta para “merecer” usar la pupera. No. La usará así como está porque así como está es sexy. Hanna se atreve a decir que una mujer gorda es sexy. Hanna va por el chico que quiere. Es ella quien busca a Adam (Adam Driver) en la primera temporada, y a pesar de que a él parece no importarle demasiado, ella lo insiste. Hanna se atreve a buscarlo. Se atreve a ir a su casa. A tener sexo con él. Y después se atreve a proponerle un noviazgo.

Llega un momento en la serie en el que Hanna deja a Adam. Ya no está enamorada de él, quiere probar otras relaciones, vivir otras cosas. Hanna no actúa como quien agradece por ser correspondida en el amor. Como quien cuida la relación con un hombre como si fuera lo más preciado. No. Cuando ya se cansa (porque sí, Hanna se atreve a cansarse) Hanna lo deja. Hanna “se atreve” a dejarlo. Ella hace lo que quiere. El personaje ha sido tachado de egoísta, dentro de la ficción sus amigas varias veces le llaman así. Pero podría decirse que su egoísmo es una forma de resistencia ante el sistema patriarcal capitalista. Un sistema que no ha permitido que las mujeres piensen en si mismas ni un segundo. Pero Hanna lo hace. Piensa por si misma. Decide. Hace y deshace. Ella es la revolución misma.

(Babieca)