Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

viernes, 17 de marzo de 2017

¿Qué es ser mujer en el siglo XXI?



Es cumplir 30 años y que te vean raro porque no tienes hijos ni esposo.  Es tener hijo y esposo y que te sigan viendo raro. Es justificarte ante algunas feministas por usar ropa sexy. Es que después de tanta lucha de las mismas mujeres, aún se siga tratando al femicidio como si fuera un homicidio. Es coger un taxi y rezar durante el trayecto para que no te violen, para que no te maten. Es luchar por el feminismo pero aún sentir tristeza —consciente o inconscientemente— por no ser como las modelos, porque eso es lo que te han enseñado la televisión, las revistas y las vallas publicitarias desde que tienes uso de razón. Es sentir vergüenza de escribir que alguna vez tuviste una aventura de una noche en un hotel. Es tener sexo casual y, al otro día, sentir un vacío gigante. Es tener vergüenza de que tus padres lean que has tenido sexo. Es escribir estados de Facebook proclamando igualdad de género mientras sigues gastando dinero en cremas, champús y maquillaje para volverte más deseable a lo que al género opuesto le han enseñado que es una mujer. Y eso, también, es lo que te han enseñado desde niña. Es no saber qué es ser “una mujer” ni cómo ser mujer cuando los roles de género han estado tan cuestionados y estudiados. Nuestras preferencias sexuales y los roles de género se han vuelto un tema académico mientras deberían ser la cosa más natural del mundo y, quizá, no tendrían que venir acompañados de nombres y explicaciones científicas. Ser una mujer en el siglo XXI es que el rosado siga siendo tu color favorito, que aún llores con películas de Disney, que te sientas mal porque te digan señora mientras muchos hombres pasados de los 40 salen con chicas de 20 y son unos 'duros'. Pero, si fuera al revés, sería ridículo: la mujer no sería una dura por alzarse al joven sino una vieja puta. Madonna sabe de lo que hablo. Los hombres con arrugas y panza la siguen gozando, aunque no tengan pareja. Pero si una mujer no la tiene, está sola. Es que te respeten más cuando tienes pareja. Es sentirte agredida por los piropos que te lanzan en la calle, pero sentirte mal si no te lanzan ninguno, porque lamentablemente sigues buscando la aprobación de los otros, aunque digas que no. Es luchar contra los estereotipos pero seguir haciendo dieta. Es sentirte bien porque un hombre —cualquiera— te regrese a ver. Y luego sentirte mal por sentirte bien. Es que si en una reunión hay más hombres ellos hablen primero y, cuando tú intervengas, tiendan a callarte. Es escuchar a otras mujeres decir que las mujeres que tienen el “culo plano” no deben usar leggins ni ponerse short. Es ponerte una superminifalda y linda y decir que lo haces “para ti misma”, y no para el resto. Es escuchar que casi todas tus amigas han abortado, casi todas han sido agredidas por sus novios.  Es escucharte y saber que tú misma has sido agredida por alguno de ellos. Es ir a los museos y no ver nombres de mujeres. Es que un hombre viejo no tenga problema en encontrar pareja y una mujer sí. Es la dificultad para encontrar una buena pareja, porque la mayoría de hombres se aprovechan de su posición de poder y se dan el lujo de probar, de no comprometerse. Es soportar todo eso porque no quieres pasar 'sola'. Porque te han enseñado que si un hombre no tiene pareja está tranquilo, pero si tú no la tienes estás 'sola'. Sola. Es ver que un hombre que sufre por una mujer es respetable, tiene derecho a emborracharse porque el hada, la musa, la bruja o lo que sea (porque una mujer siempre es de otro mundo, nunca humana), lo ha desviado del camino. Y ahora sufre y está loco. Pobrecito. Pero si una mujer se desgarra de amor por un hombre es débil y patética. Es saber que gran parte del machismo se debe simplemente al miedo de los hombres al inmenso poder que hay en las mujeres. Por miedo agreden, por miedo usan su fuerza física que es la única que supera a la fuerza de las mujeres.  Saber que ese miedo ha sido creado por una sociedad enferma que también los ha reprimido. Que les ha enseñado a "ser fuertes". A no llorar. A "ser caballeros" para las damas. Y que eso ha estallado como una ola de presión.
En pleno siglo XXI seguimos siendo una minoría. El machismo es una enfermedad social que viene de siglos. Y si queremos cambiar se debería empezar por la publicidad, que es el nuevo Dios. La Ley de Comunicación debería quitar anuncios de productos de limpieza en los que solo aparecen mujeres. En las escuelas se debería enseñar que las mujeres pueden gustarse entre sí y los hombres también. A los niños deberían vestirlos de rosado y a las niñas de celeste, y de todos los otros colores también. Debería haber muñecos para niños que incluyan mujeres fuertes y no princesas delicadas. Eso, quizá, sería empezar a crear una verdadera inclusión. Una igualdad más realista.

(El Telégrafo)

miércoles, 15 de marzo de 2017

Fábula de las dos líneas azules…




El baño de nuestra casa de Cuenca no mide más de dos metros. El Mario y yo entramos en él con las justas. Cerramos la puerta. Él me ve orinar sobre el pedacito de plástico que definirá nuestro futuro. Las otras veces, aunque estuviera segura de no querer un hijo, desde que iba a comprar la prueba, imaginaba la vida de mi posible vástago capítulo por capítulo, como si se tratara de una telenovela. Veía el restaurante en el que le daría la noticia a mi padre, lo que diría  mi madre, la cara que pondrían mis amigas y ex novios. Luego fantaseaba con el parto, y después con toda la vida del posible niño, por poco hasta que se graduara de la universidad. Orinaba en la prueba, no despegaba los ojos de la bandita, esperando- con cierto morbo- a que se formaran dos líneas. Pero eso nunca pasaba. El resultado siempre era una línea solitaria, que aunque era un alivio, de alguna manera  era aburrido. Tengo 30 años y en mi historial sexual, que es un poco menos de la mitad de mi edad, nunca se han pintado dos líneas en mi prueba de embarazo. Casi todas las mujeres que conozco han tenido por lo menos un aborto. Casi todas tienen hijos, hijos y abortos. Tener 30 y no tener ni lo uno ni lo otro, aunque debería haberme hecho sentir orgullosa, me hacía sentir extraña. 
Esta vez no esperamos el resultado viendo la prueba. Cerramos la cajita y ponemos un cronómetro. Estoy segura de que saldrá negativo. Nunca me ha pasado y esta vez no tiene por qué suceder. ¿Si sale positivo? Qué miedo ¿Si sale negativo? Qué aburrido. ¿Qué quería?. Pensaba que saldría negativo y sería decepcionante y por eso me mentía a mi misma o me intentaba convencer de que los hijos, como el trabajo, son para los que no tienen nada mejor que hacer. Las mujeres somos contradicción pura. Las embarazadas los son aún más, empezando porque están partidas en dos, tienen dos corazones adentro. Como dice Gabriela Wiener, “Las mujeres jugamos todo el tiempo con el gran poder que nos ha sido conferido: nos divierte la idea de reproducirnos. O de no hacerlo. O de llevar bajo un vestidito un vientre redondo que luego se convertirá en un bebé para abrazar y mimar. Cuando tienes quince la posibilidad es fascinante, te atrae como un pastel de chocolate. Cuando tienes treinta, la posibilidad te atrae como un abismo.” Siempre había creído que el hecho de que una vida se empiece a formar en tus entrañas, así como así, era un milagro, algo imposible. Siempre me ha resultado difícil creer en los procesos del cuerpo. El cuerpo humano es tan mágico que me resulta inverosímil la perfección de su funcionamiento. O bueno, con las justas podía creer que esas cosas pasaran en el cuerpo de las otras, pero jamás en el mío. Cuando nació el Bruno, el hijo de mi prima Sara, lloré inexplicablemente al verlo a través de un vidrio en su primer día de vida. No sé por qué lloré. Supongo que por ver el milagro, por sentir que ella y yo ya nunca seríamos las mismas, porque empezaba otra vida, por el tiempo, por las ganas de tener un hijo y las ganas de no tenerlo, ese sentimiento doble y ambiguo que nunca se definirá. Pienso en mi infancia, ¿Qué habrá sentido mi madre cuando supo que yo venía?. Pienso en la libertad… ¿Quién sufre menos, una madre o una no-madre?. Si alguna vez tengo hijos quiero que tú seas el padre, le digo al Mario en un ataque de inexplicable cursilería. El cronómetro sigue corriendo. ¿Qué haré con un niño si a mi nunca me han gustado los niños?, ¿Y la tesis?, ¿Y la plata?... No, seguro no sucederá, yo estoy destinada a ser la tía, seguro en unos días se irán con mi sangre las posibilidades de esas vidas que tanto he imaginado….  El cornómetro se detiene. Nos miramos a los ojos. Él tiene miedo, yo finjo tenerlo (no lo tengo porque en el fondo estoy segura del resultado). Él abre la cajita… y zaz, dos líneas descaradas se ríen de mi. No hay gravedad. Pisé mal y ahora caigo. Me veo palidecer en el espejo. No jodas, hijueputa, alcanzo a decir en un hilo de voz. El vacío. Solo atino a llorar. Pero no precisamente de emoción, lo que siento es TERROR. TE-RROR. Quisiera huir, pero no se puede huir de una misma. ¿Cómo se huye de lo que te habita?. Bueno, hay maneras, sí. Pero no quiero hacerlo. Me gusta este vértigo. Lo he venido deseando y ahora ha sucedido. Ese milagro que creía imposible ha ocurrido, y ha ocurrido en mi cuerpo. El Mario me dice que ya no podemos tener miedo, o bueno, que tenemos que tener cada vez menos miedo. Yo pienso en mis sueños, dicen que cuando tienes hijos debes renunciar a tus sueños… pero, esperen un momento, este era mi sueño.

(Mundo Diners) 

miércoles, 1 de marzo de 2017

El discreto encanto de no hacer nada.



La acción, la famosa acción que existe desde Aristóteles hasta Robert Mckee, desde Platón hasta Woody Allen, en el género cinematográfico recientemente denominado Slacker no existe. O existe de una forma sutil, imperceptible. Si en los 60s, 70s y 80s hubo héroes, los jóvenes creyeron en algo, pertenecieron a algo, (partidos políticos, cineclubs, sindicatos, etc) salieron a la calle con pancartas, se desnudaron como forma de protesta, los jóvenes nacidos a partir de los 80s (que incluye varias generaciones, entre ellas la mía) nacieron en una especie de basurero posmoderno donde todo ya había sido creado y destruido. Luchar- esa palabra tan vinculada al conflicto, palabra, a su vez vinculada a la construcción del guión clásico- no tenía sentido para los jóvenes de mi generación. Si la moda vinculada a la ideología antes tenía que ver con llamar la atención (hippies en los 60s y 70, onda vaselina en los 80 y punks en los 70s y 80) la de los 90 y 2000 tiene que ver con lo contrario: pasar desapercibido. No poner énfasis en la apariencia. Vestir con lo primero que se encuentre: ropa heredada de los primos, sacos del abuelo, camisetas del uniforme del colegio. Dentro de este contexto nace el grunge en la música con bandas como Nirvana y Alice in Chains a la cabeza. Y en cuánto al cine, nace un género – o más bien sub-género, pues no es muy conocido – denominado slacker . Aunque no hay reglas, se podría decir que hay ciertas constantes por las que se caracteriza: el blanco y negro, los encuadres fijos, los planos abiertos; sus personajes suelen ser jóvenes de clase media sin mayores aspiraciones en la vida y con trabajos raros (vendedores en tiendas de videos, cyber café, etc) su diálogo se caracteriza por un cierto encanto en la trivialidad. En inglés, slacker quiere decir: “persona que evade sus impuestos y responsabilidades”. La película independiente norteamericana Slacker (1991) podría considerarse la precursora ya que es la que da el nombre a esta tendencia. En esta película una cámara transita durante un día por la ciudad de Austin- Texas, y muestra a varios personajes que aparentemente no tienen relación entre sí: pordioseros, músicos, intelectuales, anarquistas, delincuentes, etc . Otro ejemplo es la opera prima del americano Kevin Smith, Clerks (1994). Este film independiente muestra un día cualquiera de un empleado de una tienda de autoservicio. Todo sucede en una hora y media y en un solo escenario: el supermercado. Se podría mencionar también algunas de las películas de Jim Jarmush, como Down by law (1986), Coffee and cigarrettes (2003), entre otras .
En América Latina, si bien no se habla de slacker, existen varias películas que cumplen con los requisitos de este sub-género. Según los colombianos Luis Ospina y Carlos Mayolo, a finales de los 70s el realismo social, que había sido una poderosa herramienta de denuncia, se convierte en lo que ellos denominan “porno-miseria” debido a su tendencia a retratar la pobreza del tercer mundo para vendérsela a los países desarrollados, sobre todo europeos. Esto no sólo pasa en Colombia sino a nivel de Latinoamérica. Como antítesis al realismo social surge una nueva tendencia cuya mirada ya no está dirigida hacia las grandes temáticas sociales sino hacia las historias mínimas. Así, tienen lugar una serie de películas que podrían denominarse como slacker latinoamerícanos, si se los quiere nombrar de alguna manera, pues mantienen varias constantes: sus protagonistas son jóvenes que divagan por las calles, están filmadas en blanco y negro, tienen una estética minimal, suelen destacar por sus bandas sonoras (en su mayoría vinculadas al rock) o en su defecto, sus guiños al rock y a la música independiente. La mexicana Temporada de Patos (2004), la mexicana Güeros (2014), la uruguaya 25 watts (2001) y la argentina 76 89 03 (2000) son algunos ejemplos.
Este mes Ochoymedio hace un homenaje a este tipo de cine. Más allá de los géneros o las etiquetas con las que se lo pueda catalogar, la muestra se caracteriza por presentar un cine de jóvenes. Las películas que se han seleccionado van desde la clásica Rebelde sin causa (1955) pasando por The Dreamers (2003), Kids (1995) hasta las latinoamericanas ya citadas Temporada de Patos, 25 watts y Güeros, entre otras.
La relación de estas películas y la música es muy estrecha. En muchas de ellas los personajes tienen una banda, o llevan camisetas de bandas de punk, o, en el caso de Guëros, los personajes van en busca del ficticio Epigmenio Cruz, de quien se dice que era el último rockero mexicano, su música era tan buena que una vez hizo llorar a Bob Dylan. Como la música independiente, estás películas proponen un espacio de libertad que encuentra su rebeldía no en la acción sino en la apatía. Es por esto que se han escogido una serie de bandas ecuatorianas que formarán parte de la misma muestra.
No hay que olvidar que slacker quiere decir vago, alguien que se dedica a vagar, deambular, ir de un lado a otro y no llegar a ninguna parte. El hecho de no llegar a ningún lado podría leerse como una especie de respuesta posmoderna al concepto de Historia trascendental en el que siempre se necesita un héroe. Los protagonistas de estas películas son unos bellos anti-héroes que no avanzan sino que deambulan, que no quieren ser “alguien en la vida” sino que ocupan su tiempo en resolver dilemas existenciales en los que se preguntan por qué el desayuno continental se llama continental o si pisar caca es mala o buena suerte; prefieren re-descubrir la ciudad desde sus autos viejos, fumando marihuana, llegando a ninguna parte. En este sentido este sub-género, dentro de su pasividad, es una contestación subversiva- y en cierta medida muy sutil, muy poética- a la sociedad.

(Publicado originalmente para Ochoymedio)